Inicios de noviembre, 2018.
A sus treinta y un años, Román Vásquez había cumplido con cada objetivo de su plan de vida. Había egresado de una buena universidad en los tiempos previstos, se mudó a la capital y entró a trabajar a un buen bufete con excelentes resultados. Conoció a una mujer que le gustaba por dentro y por fuera porque era hermosa y tenía ambiciones como él, y la tomó por esposa. Pudo apoyar a su madre y hermanos en lo económico, ahorrar e incluso viajar por el mundo, pero dos años después Aurora le pidió el divorcio.
No todos sus objetivos tenían que salir bien. Lo de su matrimonio le pareció algo dentro de las posibilidades, por lo que no se desanimó y continuó con el trabajo duro como estilo de vida. Era un hombre ordenado, meticuloso y severo. Un abogado confiable y un vecino que no daba problemas en su comunidad. Vivía en un departamento.
Una mañana se fue al trabajo a pie, debido a que su automóvil no partió. De regreso, al salir del tren subterráneo, notó algunos puestos de comerciantes itinerantes, bajo toldos azules. No tenía ganas de llegar a casa aún, por lo que miró cada puesto con atención. Fue cuando, tras un estante de plantas y muñecas con alas y vestidos de colores, reconoció unos alborotados rizos castaños. Al atisbar hacia el interior, la vio...
A Selene, a la que de joven que le declaró su amor eterno, montando con cuidado un par de alas en una muñeca.
Por alguna razón, Román se quedó sin respiración. Selene se veía perfecta, tranquila y concentrada en su labor, en paz. Su perfil le pareció atractivo, y sin querer, lo comparó con el de su esposa. Aurora siempre iba seria y pensativa, severa y dispuesta a discutir para ganar cualquier batalla, incluso las más pequeñas dentro de su hogar.
Estaba considerando irse cuando Selene levantó la vista y lo descubrió. Lo miró fijamente, con atención.
—¿Román?
Él simuló que le costaba reconocerla.
—Hola... eeh... ¿de dónde...?
Selene sonrió con una candidez que le llegó al alma.
—Del preuniversitario, ¿no me recuerdas? Soy Selene.
—Ah, claro. Selene... si, ya sabía yo que de alguna parte me eras familiar.
Selene dejó su hada terminada sobre la mesa y se puso de pie, para acercarse y saludarlo. Ante el breve contacto de los labios femeninos en su mejilla, Román se sintió embobado. Sintió que retrocedía en el tiempo, a los días en que estaba enamorado de ella...
—Entonces, ¿lo lograste? ¿Eres un abogado ahora? —preguntó ella, mirándolo con emoción.
Selene vestía jeans, camiseta y un colorido delantal. Él, un traje oscuro con corbata a juego.
—Sí.
—¿Y juraste en la corte y todo eso?
—Tengo una foto que lo demuestra.
—¡Ah, qué alegría que cumplieras tu sueño! —Selene dio varios saltitos y aplausos—. Yo sabía que lo lograrías, siempre te tuve fe. Eras muy inteligente. Tu mamá debe estar muy orgullosa.
Román se sintió como un superhéroe.
—Lo está.
Un par de mujeres se acercaron al puesto y compraron un par de plantas y dos haditas. Román las miró con cierta extrañeza.
—¿Y se venden esas cosas? —comentó, antes de ser consciente de que hablaba en voz alta. Selene lo escuchó.
—Claro que se venden. Las personas necesitan plantas para oxigenar el mundo, y haditas para creer en la magia. La magia es muy importante.
—La magia no existe.
Selene se tomó el cabello en una esponjosa coleta, al tiempo que decía:
—Es lo que tú piensas.
El cambio de peinado no hizo más que resaltar la belleza del rostro de Selene y enseñar la línea de su cuello. La joven tomó una muñeca de cabello rosa con alas verdes y la puso en una bolsa de papel.
—Toma. Creo que la necesitas más que yo.
—¿Yo? ¿Tengo cara de jugar a las muñecas?
—No, claro que no, pero esa no la tenías antes —dijo Selene, trazando con su dedo una línea sobre su propia frente, aludiendo a la que Román tenía—. En una de esas se te quita. También tienes que reconocer que me quedan muy bonitas, a las personas les gustan.
—No puedo aceptar, es tu trabajo. Te la pagaré.
—No, no... por favor, es un regalo.
—Pero...
—Aparte de las matemáticas me enseñaste cosas muy importantes para mi vida. Gracias por eso.
Román se preguntó qué le pudo haber enseñado. Sus mejillas se ruborizaron al recordar lo desagradable que había sido con ella al rechazarla, solo porque ella le estaba diciendo que lo amaría para siempre y él no la quiso escuchar.
Por primera vez sintió vergüenza de aquello. Decidió aceptar la muñeca solo para zanjar la discusión y retirarse de allí con el fin de no volver. De pronto, Selene hizo la pregunta:
—¿Sigues soltero?
—Me casé, pero no resultó —contestó él, sin ánimo de mentir.
—Vaya. Lo lamento. No sabía.
—No tenías por qué. Nunca esperé volver a verte, ni menos, encontrarte aquí. ¿Y tú? ¿Te has casado? —preguntó Román para desviar la atención.
—No.
—Pero tendrás novio.
—No, nada de eso...
Román contempló a Selene unos instantes. Ella había desviado la mirada y le pareció que había algo raro ahí. Él podía detectar cuando alguien se incomodaba sobre un tema.
Un par de clientes llegaron y se llevaron más plantas y muñecas hadas. Román notó su amabilidad al tratar a los demás y la caja en la que guardaba sus ganancias, bajo la mesa de exhibición.
—¿A qué hora terminas aquí?
—Dentro de veinte minutos guardaré. La municipalidad nos dio permiso para vender en diferentes barrios. Hasta hoy nos toca aquí y desde el lunes, en otro lado.
«¿Me dejas darte un beso?».
Román recordó con pasmosa nitidez esas palabras. Incómodo, decidió retirarse.
—Bueno, me voy. Gracias por la muñeca.
Selene asintió y él se fue.
«Pensar que una vez me quiso», pensó Román. «Y así terminó. Con un puesto en la calle».
Guardó la muñeca en su maletín y, mientras caminaba, recordó su época de estudiantes. Había sido una época compleja, pero Selene la convirtió en la mejor de lo que llevaba de vida. Recordó los juegos, los helados, sus tardes de estudio. El día en que ella le dijo que lo amaba, y que desmoronó aquello que le pareció un sueño, despertándolo a la realidad.
Al llegar a su departamento sacó su hada del maletín y la dejó sobre la mesa...
¿Cómo hubiera sido su vida con Selene a su lado?
Sacudió la cabeza ante la idea. Era una tontería pensar en cosas imposibles. Tomó la muñeca que le sonreía y fue al cuarto en el que trabajaba cuando se quedaba en casa. No tenía valor para botarla, pero sí para ignorarla. Abrió un cajón con llave y metió el hada allí. Enseguida decidió que no vería más a Selene y prosiguió con su día.
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¿Me dejas darte un beso?
RomanceTras un pasado traumático, Selene encuentra paz junto a Enzo, un amable contador. Un hombre que de forma tranquila, le demuestra lo sanador que puede ser un buen amor. De esta forma, ella deja atrás a Román, un arrogante abogado que la pretendía y a...