Capítulo 19: La salida

40 6 1
                                    


Selene alzó una ceja ante el requerimiento de Enzo, dos días después en su tienda itinerante.

—¿Qué dices? ¿Qué salgamos?

—Sí.

Enseguida, y con preocupación, la mujer bajó su vista al ramo de flores que él traía.

Hacía diez minutos, Enzo había llegado muy sonriente a su tienda. Luego había intentado decir algo, atorándose con su propia saliva. Tras toser y reponerse, inició un monólogo sin pies ni cabeza sobre el clima, que derivó en una graciosa historia sobre su odisea con Max arrebatándole su cama, lo que lo estaba haciendo considerar mudarse de habitación, pasando por toda una explicación de marketing respecto a las ventas de sus haditas que estaban acaparando la atención del público infantil y adulto, para sorpresa de los vendedores. Enseguida, recordó algo más sobre el perro y aderezó la historia con un comentario sobre que el resto de los dormitorios de la casa eran de sus hermanas, las cuales eran unas brujas porque le habían prohibido usarlos, para finalizar con un «¿Qué tal si vamos por un café?». Todo eso sin respirar.

—Y... ¿esas flores? —preguntó Selene, rascándose una oreja.

Recordando que las traía, Enzo puso una divertida sonrisa culpable.

—Estas son para ti —señaló, extendiéndoselas un poco tieso. A esas alturas, Rosa y el vecino de la tienda de animé estaban mirando la situación con atención plena.

A Selene nadie le había regalado flores, nunca. El de Enzo era un bonito ramo compuesto por diferentes especies de color rosa, lo que lo hacía colorido y con un suave aroma. Ella las miró con adoración y las acercó a su pecho.

—Gracias.

Con dedicación, ella tomó nota mental de cada pétalo y cada línea de esas flores. Eran las más hermosas del mundo.

—Entonces, Sele, ¿nos tomamos un café?

Incapaz de hablar por la emoción, Selene asintió. No sabía si reír, llorar o ponerse a bailar.

—Muy bien —celebró Enzo—. ¿Hoy cierras a la hora de siempre?

—Sí. A las siete comienzo a levantar.

—Entonces me quedaré a ayudarte.

Vendieron algunas plantas y Selene guardó su puesto a la hora señalada. Enzo la ayudó con las cajas. Llevaba su ropa de trabajo en la empresa, por lo que se veía formal y en cierto modo, elegante. Selene lo observó de reojo.

Cuando ella lo veía pasar, él siempre iba a paso ligero, manos en los bolsillos y sonriendo. Le parecía un hombre distraído, metido en sus propios pensamientos y pensó que, por eso, sería serio, callado y quizá, un poco áspero en su trato, pero resultó toda una sorpresa darse cuenta de que se trataba de un hombre jovial y feliz. Enzo solía mostrarse tranquilo, tenía buen sentido del humor, y aún no lo había visto enojado... o tal vez sí, si recordaba el cómo se puso cuando ella mencionó lo de sus padres que no querían hablarle.

Una vez el furgón estuvo cargado y ellos a bordo, Selene se preguntó qué hacía con sus flores. No quería soltarlas, ni dejarlas en la parte de atrás, pero necesitaba sus manos libres para conducir.

—Yo las llevaré —dijo Enzo, resolviendo el problema, poniéndolas sobre su regazo.

Selene primero pasó a su casa, para ponerse bonita, pero antes puso sus flores en agua fresca. En lo que Enzo miraba la televisión como si estuviera en su propio estar, ella se aseó, se cambió de ropa y se peinó de otra forma. Salió diez minutos después, sin dejar de preguntarse, una y otra vez, si aquello era una cita o no.

¿Me dejas darte un beso?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora