Capítulo 11

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Selene llegó a su casa después del trabajo y corrió a la ducha. Se quitó el exceso de humedad del cabello y aplicó una crema para definir sus rizos con ayuda del secador de pelo. Enseguida se vistió y para finalizar, se aplicó labial.

Sus ojos brillaban cuando tomó su cartera. Heredia, una mujer de cabello que encaneció de forma prematura, y que lo llevaba a los hombros, la miró con afecto.

Y enseguida, la volvió a mirar.

—¡Qué linda te ves! ¿A dónde vas?

«¿Linda?», se preguntó Selene con cierta alarma. ¿Y si Enzo la encontraba demasiado «linda» y le causaba un daño?

—Eeh... con un... un amigo con el que me voy a juntar.

—Espero que no sea el abusivo del otro día.

Selene bajó la mirada. Lo sucedido con Román le daba vergüenza, porque consideraba que había sido una estúpida al salir con él y aceptar acompañarlo a su departamento.

—No. Con él no. Es con un... con el amigo que estuvo enfermo el otro día.

—¿Él que te compró un montón de hadas?

—Sí, ese.

Heredia se puso de pie y tomó las llaves del furgón.

—Te voy a dejar. Después me llamas para que vaya a buscarte.

Selene protestó, pero su tía dijo que de vez en cuando le gustaba conducir para no perder la práctica... aunque no tenía licencia.

Para Selene, Heredia era una mujer excepcional. Se mantenía soltera, tenía amigas y de vez en cuando viajaba por el mundo. Por las noches solía beber un poco antes de dormir.

En su momento, Heredia fue considerada la oveja negra de la familia por hacer cosas que se asumían como propias de lo masculino, como romper ciertas reglas, fumar y beber y tener una sexualidad más bien libre, sin embargo, fue la única que le brindó un lugar, amor y cuidados sin cuestionar lo sucedido con Felipe.

Selene la quería mucho y también cuidaba de ella, pues Heredia era dada a los excesos con el alcohol y a veces Selene la llevaba hasta su cama y procuraba que estuviera bien. Selene no la cuestionaba, aunque a veces si pensaba que sería mejor si su tía no se emborrachara cada dos semanas.

Por suerte, al momento de ir a dejarla a su reunión con Enzo, iba sobria.

Selene divisó a Enzo en el punto de encuentro y, al bajarse de la furgoneta, se preguntó una vez más si no se había arreglado en exceso. Nerviosa, optó por desviar la atención, de modo que le hizo señas a Enzo para que se acercara y así, presentarle a su tía. Heredia mostró su mejor cara de simpatía y sencillez, y luego se fue a casa.

Enzo sonrió a Selene. Se veía muy bonita y se sintió halagado por poder verla de esa manera. Notó de inmediato el labial que se había puesto, de un color muy sentador.

La invitó un café y un pastel, con la excusa de que era una forma de agradecer sus cuidados. Cuando ya tenía a Selene relajada y ruborizada por el sabor del pastel, le contó algo especial.

—... entonces presenté tus haditas al concurso de mi empresa y quedaron. Los ejecutivos están muy entusiasmados con ellas y las quieren para venderlas durante la Navidad.

Selene tardó en procesar la información.

—¿Qué mis haditas qué?

Enzo, feliz, le explicó de nuevo lo de sus creaciones y la gran impresión que causaron en toda una junta directiva.

¿Me dejas darte un beso?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora