Capítulo 21: Perdón y paz

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Gracias a su relación con Enzo y al apoyo de su tía Heredia, Selene pudo tolerar los meses que siguieron respecto a la enfermedad de su padre. El cáncer no tardó en postrarlo en cama, mientras tomaba decenas de pastillas paliativas para soportar los dolores. Pese al rechazo de su familia de origen, primó en Selene su bondad, por lo que ignoró los malos comentarios de su hermana en cuanto a lo traidora que la consideraba, y se instaló en el dormitorio con su padre todos los domingos, bajo la excusa de leerle libros. Su padre amaba las historias de la Segunda Guerra Mundial, por lo que ella comenzó a leerle uno de los libros que Fermín tenía sobre el tema y a mostrarle videos de YouTube que explicaban mejor las batallas. A veces lograba que esos documentales se transmitieran por el televisor, y acompañaba a su padre a mirarlos.

Aquella muestra de lealtad tuvo una consecuencia inesperada: don Fermín comenzó a mirar más a su hija, a notar que había crecido y que era, ante todo, una mujer íntegra. Nunca respondió los regaños de su madre y su hermana, ni le hablaba a él mal de ellas cuando estaban juntos. En vez, a veces Selene hacía alusión a los días buenos que vivieron como familia.

Gracias a eso, Fermín recordó los días de su infancia, desde que ella era bebé y dormía en su pecho, a cuando la veía crecer y lo cariñosa que era cuando él regresaba a casa. Un día, después de salir de una crisis de dolor y verla sentada a su lado, preocupada y lista con el agua para darle, se descorrió el velo que había cubierto su mirada. Diez años después de ocurrido el deleznable acto que su hija sufrió, pudo entender que se había tratado de eso: de un hecho violento, invasivo y traumático que obligó a su hija a correr lejos de casa porque su familia no hizo más que enfermarla con sus recriminaciones, con sus acusaciones de haber seducido a Felipe. Ella fue la víctima, pero recibió el trato y la condena del culpable.

—Hija... ¿Podemos hablar? —inquirió una mañana, cuando ella llegó a visitarlo—. Es que tengo ganas de saber en qué estás.

Fermín necesitaba pedirle perdón, pero no sabía cómo empezar. Esperaba, dentro de la conversación con su hija, encontrar una oportunidad.

Selene, que estaba lista para retomar un documental donde lo dejaron la semana anterior, no supo qué contestar.

—Hago... muñecas de tela que vendo en mi negocio. Tengo un puesto en una feria itinerante y... Y también vendo plantas —comentó, esperando un regaño por tener un trabajo poco importante—. Yo sé que usted dijo que no podría, pero encontré la manera y puedo vivir de eso.

Fermín recordó que nunca creyó en su talento. ¿En qué momento corrió el tiempo tan rápido?

—Siempre fuiste muy creativa —comentó, esperando que su hija recordara, en el futuro, su apoyo cerca del final—. ¿Y  cómo te va con eso?

—Vendo bastante. —Tras dudarlo, Selene acercó su celular a su padre, para mostrarle unas fotos—. A una empresa le gustaron mis haditas y... —Los ojos de Selene se humedecieron de emoción—. Son las que lanzaron para Navidad. Les fue muy bien, son estas.

Fermín reconoció los dibujos. Eran similares a los que Selene hacia cuando era niña. Tuvo ganas de retroceder el tiempo, a cuando ella era pequeña, y decirle que eran hermosos.

—Son muy bonitas. Felicitaciones, estoy seguro de que a las personas le gustaran mucho. ¿Y tienes de más colores?

Selene le acabó de mostrar la fotos, y le contó que una escritora estaba haciendo una historia para sus hadas. Selene le había dado ideas y la escritora, con su expertiz, les estaba dando magia. Eran para el libro que se vendería junto a las muñecas.

—Pero me podrás contar un poco —inquirió el papá.

—Sí. Esta de aquí se llama Moni, porque está inspirada en la abuela y adora comer. Por eso tiene su sombrero es una frutilla.

¿Me dejas darte un beso?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora