Al dar vuelta en una esquina, Enzo soltó a Selene. Se arrepintió de inmediato cuando una brisa helada se coló entre ellos.
Dieron unos pasos en silencio hasta que a Enzo lo asaltó una duda.
—¿Le decías «cosita» a algún novio?
—¿Cómo? Ah, el apodo. No, no —respondió Selene, un tanto distraída.
—¿Y cómo le decías a tu novio?
—Yo no he tenido aún.
—¿En serio? Pero... ¿cuántos años tienes?
—Veintiocho —respondió Selene un poco incómoda.
Enzo alzó las cejas.
—Guau... qué raro... es decir, no me malentiendas, pero pensé que... es que tienes tan buen genio. —Enzo recordó los cuidados que ella le brindó durante su gripe—. Y eres muy buena persona, entonces, no me lo explico. Cómo nadie se ha enamorado de ti.
—Solo no se han dado las cosas, además he tenido mucho que hacer. Ya sabes, el trabajo, los estudios.
—Desde luego. Está bien. Dicen que cada cosa tiene un tiempo.
Intrigado, Enzo miró a Selene con otros ojos. ¿Sería una mujer muy selectiva? Le parecía muy inteligente, por lo que era probable.
El celular de la joven sonó. Era Rosa, que quería saber si podía hacerle rebaja a una clienta, lo que hizo a Selene abrir enormes ojos de asombro. Al cortar la comunicación, miró azorada a Enzo.
—Me tengo que ir, ¡se me había olvidado! ¿Cómo lo hacemos con la ropa?
Enzo quiso decirle a Selene que se quedara con su chaqueta, que a ella le quedaba mejor, pero optó por guardarse su comentario. Según sus hermanas, no siempre las mujeres recibían bien ciertos piropos.
—Llévatela. Me parece más apropiada para tu trabajo, y de seguro es más abrigadora. Otro día me la devuelves. Y las zapatillas también. Te mereces el préstamo por ser la mejor novia de a mentiras que he tenido.
Se miraron y sonrieron, aunque Enzo no quería que se fuera. Antes de pensar si era apropiado o no, él preguntó:
—¿Te puedo abrazar? Me salvaste hoy. Es la segunda vez que me salvas.
Selene asintió. Cuidadosamente, él la envolvió entre sus brazos. Ella lo rodeó por la cintura.
—Gracias —declaró Enzo—. De verdad. Gracias por todo.
Selene cerró los ojos. Enzo no la apretó ni hizo nada impropio, lo que la hizo sentir segura. Al soltarlo, se estiró y besó su mejilla, a modo de despedida.
—Gracias a ti, por creer en mis haditas.
Después de eso, Selene se volvió y se retiró, rumbo a su furgoneta. Enzo, con una sonrisa boba en los labios, siguió paseando a su perro.
Tenía la sensación de que una mariposa se había posado en su mejilla. O un hada, quizá.
** * **
Román salió temprano del trabajo y fue a la feria de los toldos azules. Quería ver a Selene como parte de su plan de reconquista. Tras dejar pasar diez años, no quería perder ni un minuto más lejos de ella.
Mientras la buscaba entre los puestos, pensó que ese no era un buen lugar para la futura mujer de un abogado con el prestigio que él ostentaba. De hecho, nada de lo que ella hacía congeniaba con la imagen seria que él proyectaba. Por ejemplo, acarrear un puesto de feria en una furgoneta, hacer macetas, ir de zapatillas a todos lados no era lo que hacía una mujer con el estilo de vida que él le brindaría. Ni siquiera su anterior trabajo de paisajista encajaba en su idea, porque era posible que Selene no solo diseñara jardines, sino que también se involucrara en su creación manchándose las manos y la ropa de barro.
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¿Me dejas darte un beso?
RomanceTras un pasado traumático, Selene encuentra paz junto a Enzo, un amable contador. Un hombre que de forma tranquila, le demuestra lo sanador que puede ser un buen amor. De esta forma, ella deja atrás a Román, un arrogante abogado que la pretendía y a...