Capítulo 7

90 9 0
                                    


Crear haditas la relajaba. La conectaba con su infancia, cuando era feliz y creía en esas cosas. Selene observó como el modo en que sus haditas colgadas bajo el toldo azul se movían con el viento.

Tomó una y la guardó con cuidado en su caja. Ese día se retiraría más temprano porque no quería correr el riesgo de toparse con Román.

Con el correr de los años, Selene había vuelto a reconectar con la mujer a la que le gustaba verse bonita, sin embargo, tras lo sucedido en el departamento, había retrocedido. Ese día llevaba una camiseta holgada de mangas largas, color gris, un suéter oscuro y el cabello recogido. Además, estaba sensible. A cada rato sentía las lágrimas asomarse a sus ojos.

Su tía Heredia se había mostrado preocupada por ella el fin de semana, en especial, al saber lo sucedido con Román. La mujer mayor fue muy tajante al decirle que había sido Román el que actuó mal al besarla sin indagar siquiera si ella estaba de acuerdo, y que ella no tenía que culparse ni esconderse por eso. Le preparó juguitos de fruta y la ayudó a recortar tela para sus hadas.

—Ojalá todos fueran como mi tía —murmuró Selene, recordando esos momentos. Más temprano había creado una hadita de color blanco que simbolizaba a su tía, y la juntó con un hadita negra y triste. Acomodó sus alitas para que se abrazaran entre ellas. La emoción estuvo a punto de desbordarla al pensar que su tía era un ángel, el hada madrina de su propio cuento.

—Hola —saludó un hombre.

Al instante, Selene reconoció esa profunda voz. Al levantar la mirada se encontró con Enzo.

—Hola.

Enzo la estudió un par de segundos, reparando en sus ojos brillantes.

—¿Pasa algo? Puedo venir en un rato más.

—Ah... eh... no, no... es que... la alergia primaveral me tiene mal —mintió Selene.

—Ah... entiendo —dijo Enzo. Había captado la mentira, pero no tenía intención de incomodar a Selene—. Bueno, vine por la hadita que te encargué.

Sonriendo, Selene sacó la hadita de color rojo de debajo de su mesa. Enzo miró la muñeca con admiración.

—Es hermosa...

—Usted es mi cliente varón que más aprecia mi trabajo.

Enzo mantuvo sus ojos en la muñeca.

—Soy el menor de tres hermanas, así que crecí entre muñecas y tomando el té en tacitas de plástico. Era eso o jugar solo. Según mi madre, eso ayudó a desarrollar mi lado femenino.

Selene sonrió al imaginarse a ese hombre de niño. De pronto, Enzo abrió mucho los ojos.

—¡Espere! Yo soy muy macho... lo de sensible lo digo porque puedo apreciar...

—No se preocupe, sí entendí lo que quiso decir —dijo Selene entre risas.

Enzo la miró con simpatía.

—Está bien. ¿Sabe qué? Puede pensar lo que quiera de mí si eso la hace sonreír. No sé por qué le dije lo de las muñecas —farfulló.

—Ah, no le diré a nadie. Su secreto está a salvo conmigo.

Enzo sonrió ampliamente, pese a que sus mejillas se tiñeron de color rojo. Selene tomó la muñeca y la puso en una bolsa de papel. Se la entregó. Él reparó en las haditas abrazadas sobre la mesa.

—Qué bonitas. ¿Están a la venta?

Selene bajó la vista a su trabajo. No quería venderlas, pero no sabía cómo decirlo. Enzo miró una de alas rosa.

¿Me dejas darte un beso?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora