Capítulo 8

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Enzo buscó un lugar en su casa para su hadita rosa. Pensó en el jardín, pero no quería que el sol la dañara. Luego pensó en el comedor, pero entonces el viento no la mecería.

Resolvió ponerla en la ventana que daba a su patio interior. La muñeca sonriente se movió con el viento y él se sintió contento, aunque recordó el cómo se veían las otras haditas en el puesto de Selene y le pareció que sería mejor si tuviera todas.

«Mis sobrinas van a volverse locas con ellas», pensó. Esa simple idea le abrió la puerta a otra.

Enzo era contador de una tienda. Hacía unos días había escuchado que en uno de los departamentos estaban buscando un juguete para producir y comercializar, que tenía que cumplir ciertos requisitos, y uno de ellos era que dieran ganas de comprar la línea completa.

—Posiblemente ya tengan el juguete, pero no perdemos nada con preguntar —le dijo a Max, su golden retriever de diez años que lo miraba expectante, habitante de esa casa además de él.

** * **

Selene miró su furgoneta en el estacionamiento dentro del sitio. Esa tarde no iría a trabajar.

Dentro de dos días la feria se cambiaría de lugar. Consideró tomarse esos días libres y dedicarse a sus plantas y hadas de colores, hacer aseo profundo y otras cosas. Su tía Heredia había regresado esa semana al trabajo en forma presencial, por lo que estaría sola por las mañanas.

Al revisar su teléfono encontró una notificación de WhatsApp. Era de Enzo.

Preguntaba si podía llamarla por teléfono.

Selene dudó.

«¿Y si por ayudarme quiere algo más? ¿Empezará a acosarme?».

No sabía qué pensar.

Se mordió una uña y después suspiró. Respondió que sí, que podía llamarla. Enseguida sonó su móvil.

—Hola, Selene. ¿Cómo estás?

—Bien.

—Me alegra. Oye, vine a la feria, pero no te vi, por eso te llamé. Lo que pasa es que te quiero comprar una hadita de cada color que tengas, solo que las necesito hoy.

Selene quedó en blanco.

—¿Qué? ¿Cuántas sobrinas tienes?

Del otro lado escuchó una risa.

—Dime, ¿me las puedes vender? Nos juntaremos donde tú digas, puedo ir a cualquier lado a buscarlas —ofreció Enzo. Selene obligó a su atribulada mente a pensar.

—Eh... en el metro Irarrázaval está bien, en una hora. Eh... son... tienes la rosa y la roja, creo que son nueve más.

—Trae todas las que tengas, me interesan. Nos vemos, entonces.

Se despidieron en términos cordiales. Un poco mareada por la novedad, Selene preparó el pedido, preguntándose para qué querría Enzo sus hadas.

«Quizá las está revendiendo, o tal vez tiene muchas novias y le dará una cada una». La idea, además de darle una punzada de celos, la hizo sonreír por lo absurda. Enzo no parecía un tipo de esos. «Parece profesor».

A Selene se le hizo fácil pensar en Enzo como un hombre al mando de treinta niños en un salón. Seguramente ellos lo querrían mucho. Sacudió la cabeza ante esas ideas.

A la hora señalada Selene estaba en el metro. Enzo llegó un par de minutos después, vistiendo más formal que otros días. Venía de corbata y terno y lucía muy bien.

¿Me dejas darte un beso?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora