Capítulo 10: La cuidadora

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Selene escuchó con atención a Enzo.

—No puedo ir hoy, me siento pésimo. Creo que me dio una gripe.

—¿Una gripe? Tienes que cuidarte y tomar mucha agua.

—Ah, yo solo me quiero morir —confesó Enzo—. Siento que se me parte la cabeza. Voy a tener que salir por paracetamol o algo.

—¿Qué? ¿Vives solo?

—Por supuesto que no. Vivo con Max, pero no me da confianza mandarlo a comprar. Se va a gastar mi dinero quizás en qué. Aaay...

Aunque Selene se rio por el chiste, sabía lo que era pasar por algo grave en soledad, y por eso no soportó la idea de que Enzo viviera una gripe sin asistencia.

—Dame tu dirección e iré a dejarte el paracetamol.

Tras la sorpresa inicial y cierta renuencia de Enzo a recibir ayuda, él acabó aceptando con una condición.

—Muy bien, pero me dejas el remedio y te vas. No quiero contagiarte.

Selene encargó su negocio a Rosa, tomó la furgoneta y se encaminó a ver a Enzo. No demoró más de quince minutos en comprar y dar con su casa. Era un lugar antiguo, pero bien cuidado. Tocó el timbre de la reja.

Enzo salió un minuto después. La joven reparó en sus ojos brillantes y sus mejillas sonrosadas. También, en que él llevaba una chaqueta encima, algo desproporcionado para el clima templado que hacía.

—¿Cómo te sientes? —indagó, mirándolo con atención.

—Mal.

Selene metió una mano entre los barrotes de la reja y la llevó a la frente masculina. Enseguida tocó sus mejillas.

—Tienes mucha fiebre, no deberías estar tan abrigado.

—¿Fiebre? Pero si me estoy muriendo del frío... —dijo él con voz baja.

Selene sacudió la cabeza.

—Abre la puerta, te acompañaré un rato.

—¿Qué? ¿Estás loca? Te puedes contagiar.

—Hazme caso o no te doy la bolsa de remedios. Además, ya me dio gripe este año.

Enzo necesitaba un analgésico o se volvería loco. La hizo pasar y se dejó caer en el sofá, cerca del cual tenía una taza de té a medio tomar. La fiebre lo tenía un poco afectado en cuanto a su juicio, o, de lo contrario, jamás la hubiera dejado pasar para no contagiarla.

Selene se felicitó por haber comprado un termómetro y le tomó la temperatura a Enzo.

—Treinta y nueve y medio. ¡Eso es mucho! Hay que bajarla como sea. ¿Dónde está la cocina?

Enzo indicó una dirección y Selene consiguió agua y un paño húmedo. Él temblaba ostensiblemente a su llegada, por lo que ella le dio las medicinas y, en lo que hacían efecto, cuidó de que él tuviera el paño en la cabeza. Cada cierto tiempo se lo cambiaba, atenta a cualquier reacción.

Rato después, Enzo dejó de temblar. Sus mejillas se tornaron pálidas.

—¿Llega alguien después o de verdad vives solo con Max?

—Solo. No hay novia, no hay pareja... nada. Solo un par de fantasmas dando vueltas —murmuró, con los ojos cerrados.

El perro, que había entrado hacía un rato por una puerta especial en la cocina, se encontraba echado cerca de su amo. Selene consultó su reloj.

—Voy a guardar mi negocio y vendré a darte otra vuelta. No hagas travesuras entre tanto, ¿okey?

Enzo asintió. Después que Selene salió se sintió tan cansado que se tomó una siesta. Cuando despertó estaba oscuro, y Selene le había preparado un té de limón con miel y jengibre, pues lo había escuchado toser. También un sándwich.

¿Me dejas darte un beso?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora