Capítulo 13

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Nota de autora: Desde hoy, cambio de portada a una más luminosa. Gracias por leer.



—Lo siento, pero no. Además, estoy en una relación ahora, por lo que no quiero nada que venga de ti.

—¿Qué relación? Eso es mentira. Estabas tan enamorado de mí que dudo que puedas ver a otra persona —arremetió Angélica con petulancia. Enzo, entonces, se plantó delante de ella con seguridad.

—Lo que sentí por ti quedó en el pasado. Ahora mi amor es para una mujer encantadora, que entiende perfecto lo que es el compañerismo, la solidaridad y la empatía dentro de una pareja. Ella me respeta y me quiere, y yo la amo con cada fibra de mi corazón. No soy como tú, que te gusta jugar a dos bandos.

—¡No te creo! ¡Tú eres mío! ¿Cómo se llama ella? Apuesto que no existe.

—Se llama Selena y no tengo por qué darte más explicaciones. Y, por favor, eso de «tú eres mío» es una tontera. Yo no soy de nadie. Yo solo decido con quién pasar mi tiempo y compartir mi vida, y contigo hace tiempo que no quiero nada.

—Entonces, ¿por qué me besaste...?

—Tú te me abalanzaste, no te pude esquivar. En fin, no tengo nada más que decir.

Se metió a su casa y de ahí, directo a una ducha de agua fría. Estaba seguro de no sentir nada por Angélica más que cierta pasión, aunque daba igual. Bajo ningún motivo caería entre sus redes una vez más.

Al día siguiente, llamó a Selene para saber cómo iba todo, y ella le comunicó que la reunión sería en la empresa, dentro de unas horas. Él se puso muy contento ante la idea de verla y se miró en el espejo del baño. Por lo general, él vestía de modo informal en casa, pero en la oficina tenía que llevar algo más formal. Le pareció que su chaleco negro bajo el terno gris y la corbata le daban, quizá, más edad, pues tenía treinta y cuatro, pero también cierto aire interesante. Pidió que le avisaran cuando llegara Selene, para saludarla, y así hizo. Enderezó bien su postura, porque por alguna razón quería verse alto... y un poquitín poderoso.

—¡Guau! —exclamó ella, ruborizada al verlo de repente—, pareces el jefe.

Enzo se rio.

—Soy un empleado más, aunque con varios a cargo. Me alegra tanto que hayas venido.

—La verdad estoy un poco preocupada. Yo solo sé de economía doméstica, nada más. No sé si lo que me propongan me va a convenir.

Enzo pensó un poco, acomodándose el flequillo castaño claro que solía caerle sobre la frente.

—Yo te acompañaré, total que ya terminé lo de hoy. Escucha, la cosa es simple. Si me rasco la mejilla es «te conviene», pero si extiendo mis dedos para mirar mis uñas, es un «presiona».

Entraron juntos a la reunión y salieron cuarenta minutos después como dos personas adultas y civilizadas. Una vez en la furgoneta (pues Enzo había dejado su automóvil en casa por restricción vehicular), Selene encogió los brazos, en un gesto de autocontención y felicidad.

—¡Lo hicimos! ¡No lo puedo creer! Mis haditas irán a todo Chile.

—Te dije que eran fabulosas. No sabes lo feliz que me siento por ti.

Era cierto. Enzo no se atrevía a tocar a Selene, consciente de que ella rehusaba el contacto físico, pero se pecho se expandía al pensar en lo bien que le iría. La invitó a celebrar por ahí, pero Selene no podía porque se tenía que ir a trabajar. Había dejado su puesto colocado y Rosita se estaba haciendo cargo.

¿Me dejas darte un beso?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora