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— Mauro. ¿Podemos pasar? — Paulo pregunta con un tono suave y en voz baja. Queriendo ver a su amigo, y cerciorarse de que todo se encontraba bien con este.
— ¿Qué haces acá? Pensé que te habías ido con los demás. — Mauro responde.
No tardando mucho tiempo en prestarle atención al recién llegado, quien cargaba a su bebé de siete meses en una cangurera ergonómica.
— Decidí quedarme, y Fabián quería estar con su tío favorito. — el rubio comenta, observando con detenimiento al otro, para después hacer lo mismo con su hijo. — Pensé que te vendría bien algo de compañía. — confesó, mientras se acercaba a la cama.
— Yo no necesito la compañía de nadie, así que déjame tranquilo, y llévate a Fabián de aquí. — el ojiverde demanda. — Que en estos momentos no soy capaz de ver a mis hijas, así que lo mismo pasa con el tuyo. — señala, pero Paulo no se ofende en lo más mínimo por sus palabras.
— ¿Y por qué no aguantas ver a Celeste y Azul? — el rubio preguntó, manteniendo su distancia con el menor, aunque sabía que aquel no le haría daño ni al y a ni su bebe
— Y yo que sé... Pero no puedo verlas, porque me pongo a llorar cuando las veo. — Mauro dijo molestó, aunque parecía estar cansado de la situación. — Así que salí con Fabián, p-or f-favor. — pidió, entrecortando un poco la voz con lo último.
— Mauro. ¿Querés hablar conmigo? — Paulo sugirió, sin obtener una respuesta inmediata por parte del otro.
— No quiero. — dice, sin ver al contrario.
— ¿Seguro? — el rubio inquirió nuevamente. — Porque sabes que cuentas con todo mi apoyo para tratar de resolver lo que te molesta.
— No creo que puedas hacer nada... Nada que las terapias no hayan intentado lograr. — Mauro se queja, mientras miraba al mayor con pena.
