Claude y Anastacius eran tan solo niños en aquella batalla campal entre sus madre por el trono.
La madre de Anastacius era sumamente poderosa, por ser la Emperatriz.
La madre de Claude era una simple sirvienta con poco apoyo.
Sus constantes batalla...
— Los acontecimientos son devastadores, su excelencia, ¿qué sucederá ahora?
La sirvienta que acompañaba a su señora cuestiono al contarle todo lo sucedido en el palacio de su hijo. La hermosa mujer mayor sonrió mientras veía el paisaje por la ventana.
— No sucederá nada grave. De una vez diré que yo no meteré mi cuchara en asuntos que solo le competen a mi hijo— la reina madre abanico su rostro suavemente. — Estoy convencida de que crié a mi hijo para hacer las cosas correctas en los momentos justos. Es un adulto y es su vida.
Cón elegancia mostró su baraja a su sirvienta con una sonrisa victoriosa grabada en su rostro. Había ganado la partida de poker, de nuevo. La sirvienta suspiro dejando sus cartas con expresión preocupada.
No estaba satisfecha con la respuesta de su señora.
— Mi señora...
— Ya, Marie, tranquila. Ahora juguemos otra vez, pero quién pierda le dará un beso a uno de los guardias.
—¡Señora!
— ¿Qué? Será emocionante.
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Máximo caminaba por el pasillo junto a Anastacius, Claude venía en sus brazos mientras abrazaba a su oso de peluche. La sonrisa que portaba era encantadora, estaba de buen humor que cedió a la petición de Claude para salir al jardín imperial.
Rose venía a la par de su señor con canasta en mano y una tela suave en la otra. Tenía el ceño fruncido, no dejaba de mirar mayordomo al lado de su señor. Estaba muy molesta ya que ella no pudo estar junto al consorte cuando visitó a la ex emperatriz. Le habían asignado una misión especial que aún no había podido terminar.
La caminata terminó hasta un parte del jardín. Máximo sonrió hacia sus príncipes mientras Rose tendría la manta del picnic y colocaba la canasta en una pequeña colina cerca de un árbol.
— Anastacius, Claude, mis principes vayan a jugar.
Bajo el permiso del consorte, los niños salieron disparados hacia un área más despejada. Anastacius jalaba al pequeño Claude con su oso en mano, era una escena tan tierna que no dudo en detenerse a observar por un buen rato el hermoso doncel.
— ¿Hiciste lo que te ordene?
La pregunta hizo sobresaltar a Rose, su señor no siquiera la estaba mirando pero aún así, la presión en sus palabras le hacían estremecer de gusto. Era algo sádica y el hecho de estar al lado de tan magnífica representación del misterio le hacía temblar emocionada.
— Se esconde muy bien, las trampas que pongo las esquiva por muy tentadoras que sean.— La mujer murmuró con una sonrisa. — Las ratas son astutas cuando no tienen a donde correr.
Máximo disfruto del viento fresco que pegó en su rostro. Deslizó su mano suavemente en la canasta y tomo una manzana roja, la miro con una suave sonrisa. Tatareo pensativo.
— Se supone que deje a un gato astuto para capturar a ese roedor...— Hizo ademán de morder el fruto, pero simplemente lo acercó a sus labios para cubrir su expresión. Soplo suavemente. — Y el gato estúpido lo deja escapar una y otra y otra vez.
Miro por el rabillo del ojo a la sirvienta que bajo la mirada hacia sus pies. Lanzo la manzana tras de el, golpeando el suelo y rodando hacia los pies de la sirvienta.
— Si no puedes hacer un trabajo tan simple te expulsare del palacio sin extremidades.
El susurro de advertencia acaricio el cuerpo contrario y se estremeció, no de miedo, sino de un inmenso deseo de poder sentir tal acto. Eso no era un castigo, era una bendición. Aunque preferiría que simplemente fuera el consorte quien cortará y ya que lo pensaba mejor, prefería estar junto a el para ser participe de sus futuras decisiones.
Los ojos de la sirvienta se abrieron al notar como la manzana que estaba a sus pies se había secado hasta volverse completamente negro. Trago nerviosa, bueno, eso era algo demasiado para su gusto.
Había escuchado que los donceles tenían afinidad con la naturaleza y la magia, pero esto era algo que no había visto nunca.
— ¡Atención! ¡Su majestad, el emperador Carassius!
El anuncio por parte de un sirviente que acompañaba a su esposo hizo que el semblante severo de Máximo cambiara a uno alegre y suave. Los príncipes dejaron de jugar para darle una reverencia a su padre.
El emperador los miró brevemente por unos segundos antes de girarse, buscando con la mirada a su esposo. Su mirada se suavizó, era innegable que aquel hermoso doncel habia calado muy profundo en el, tanto, que incluso recibía sus cariños con tanta naturalidad.
— Mi señor, estoy tan feliz de verlo. — Máximo saludo rodeando su brazo y posando su cabeza en el. — Hace tiempo que no viene a verme, ansiaba sentir su presencia.
"Realmente no se por que decidí ser tan cursi...Valgame"
Máximo pensó mientras reía suavemente de forma dulce, tal como se supone que debería actuar frente al emperador a qué fue recompensado con una rosa ronca y corta. Las manos del monarca sostuvieron la cadera de su futura ¿emperatriz? Ja, debería cambiar ese título.
— Máximo, mi...— Carassius freno sus palabras mirando a los ojos verdes y brillantes de su esposo. Sentía algo moverse en su duro y frío corazón. — Mi jade.
Aquel apodo hizo parpadear al doncel.
¿Ya había caído? Perfecto...
— Su majestad...— murmuró con un sonrojo notable.— Yo...
Fue interrumpido por los labios del monarca. Compartieron un beso largo, pero a comparación de otras veces, este era más significativo, suave y con emociones transmitidas que nunca había previsto el doncel. Los sentimientos fuertes que el gran sol de obelia había rechazo y sepultado sumergieron cuál tallo de una hermosa flor, grande y fuerte.
Nunca había experimentado el amor y ahora que podía sentirlo no podía detenerse a querer más.
— Serás mi luna, Máximo. Caminaras a mi lado sin temor, sin pena o nervios.
Máximo sonrió y le dió una mirada significativa.
— ¿Eso quiere decir que...?
— Mañana a primera hora del día, la emperatriz Anabelle de la Rosa será ejecutada, por decapitación.
Los guardias que acompañaban al emperador trataron fuertemente por la sentencia tan brutal que había ordenado el emperador momentos antes de llegar ahí. Era horrible el ser atrapado simplemente para que cortaran tu cabeza con un hacha enfrente del todo el pueblo de Obelia.
Los príncipes, ajenos a la conversación seguían jugando, ahora siendo Maxi (el peluche) el compañero de lucha de Claude en una pelea imaginaria de espadas.
El sonido de sus risas hicieron un eco perturbador en el silencio tenso.
"Oh... Eso fue tan fácil."
Máximo plasmo una mirada decaída y triste. Aunque todo era un acto, estaba rebosante de alegría. Ahora que esto pasaba, ¿Qué otra salida tendrán los nobles que osaron ponerse del lado de la ex emperatriz? No podrían siquiera elegir, ya no. Ya no había nadie más que el.
Nadie...Solo...
Su mirada esmeralda se dirigió hacia Rose quien la miró de reojo y asintió.
Le esperaba algunos asuntos fuera del palacio. Más específicamente, en un orfanato.