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Las caras pasaban a velocidad frente a mis ojos. Los rostros de mis personas queridas parecían solo pequeños borrones de color. Sus voces en susurros y gritos aturdían mi cabeza. Mis pensamientos estaban revueltos y no me permitían pensar con claridad.

Un enorme reloj se posó frente a mí, moviendo rápidamente sus manecillas para que las horas pasaran con rapidez. El día y la noche cambiaban en segundos; el sol y la luna aparecían y desaparecían en cuestión de segundos.

Escuché unos pasos detrás y me di la vuelta. La sombra de un hombre se aproximaba a mí a paso lento y constante. En cuanto dejó atrás la oscuridad que brindaba las cuatro paredes blancas, se hizo visible.

Era alto y flaco, con cuerpo levemente marcado. Tenía cabello corto y rubio, unos grandes ojos avellana ocultos tras unos lentes sujetados por una nariz recta. Llevaba puesta una bata blanca que le llegaba hasta las rodillas junto con unos pantalones color caqui y zapatos haciéndole juego. Se acercaba a mí con una pequeña sonrisa.

—Buenas, señorita Edwards —me saludó, ensanchando la sonrisa. Fruncí el ceño.

—¿Buenas qué? —pregunté. Su sonrisa se estiró aún más.

—Eso lo decide usted. Puede elegir entre la mañana, la tarde y la noche. Después de todo, esto es su cabeza.

Me resulté mareada al escuchar sus palabras.

—¿Mi cabeza? —Miré hacia las inexistentes paredes blancas—. ¿Estamos en mi cerebro?

—Es usted una chica muy inteligente, señorita Edwards. Respondiendo a su pregunta, sí, estamos en su cerebro.

Comencé a pensar en miles de preguntas. «¿Cómo llegué aquí? ¿Estoy realmente en mi cabeza? ¿Quién es él y como sabe quién soy?», fueron las primeras. De repente, el ambiente se volvió más frío. Un par de letras escritas en negrita aparecieron frente a nosotros, armando una pregunta, seguida de otra. Sentí un escalofrío cuando noté que eran exactamente las mismas que yo estaba pensando hace unos segundos.

—¿Cómo...? —murmuré, abrazándome los brazos para recuperar algo de calor.

Rió levemente.

—Estamos en tu cabeza. Lo que tú piensas automáticamente aparecerá aquí —explicó—. Mi nombre es Ernest Frank, Dr. Frank si prefieres. Soy médico en el hospital en donde tu estas internada.

—¿Estoy en el hospital? —pregunté confundida. Lo último que recordaba era estar en la celda de la prisión teniendo un enorme dolor de cabeza.

—Sí. Llegaste hace cinco horas debido a un desmayo. ¿Has estado estresada estos días, Perrie?

Me limité a asentir. No sería bueno que supiera que el estrés era para decidir si matar o no a mi novio.

—Realmente sí que fue un problema lo tuyo. No parecías reaccionar a nada...

—¿Estoy muerta? —pregunté finalmente, tragándome el nudo de la garganta al pensar en esa posibilidad. Tal vez yo no estaba viva, tal vez mi cuerpo había abandonado el mundo y el Dr. Frank era un ángel, tal vez Dios, que quería llevarme a la eterna paz.

Él negó con la cabeza.

—Debo admitir que si moriste por un par de minutos. El chico que te acompañaba estaba histérico y no dejaba de gritar. Pensamos que también deberíamos internarlo.

Fruncí el ceño de nuevo.

—¿Zayn? —cuestioné. Él asintió—. ¿Qué hace aquí?

—Vino en la ambulancia junto a ti. Afirmaba ser tu novio.

Sentí que mi presión bajaba lentamente. Zayn estaba aquí, estaba junto a mí en donde sea que yo estuviera. Estaba esperando pacientemente a que yo despertara, me estaba demostrando el cariño que sentía. Y yo pensaba matarlo...

—Tampoco soy un ángel o Dios —continuó. Levanté la mirada del suelo para verlo—. Es más, ni siquiera existo. Solo soy un producto de tu imaginación.

Di un paso hacia atrás, provocando que el ensanchara la sonrisa; no entendía como podía aún estar sonriendo.

—¿De qué está hablando? —pregunté.

—¿Alguna vez escuchaste sobre la esquizofrenia?

Las paredes invisibles comenzaron a retumbar y a desmoronarse en pedazos. Las preguntas que antes volaban cayeron al suelo y se disolvieron en un líquido negro que luego desapareció. Una grieta comenzó a aparecer en el cielo, dejándome ver un rayo de luz cegadora. Entrecerré los ojos y miré al doctor. Él continuaba sonriendo.

—Nos veremos luego, señorita Edwards. Por favor, no tome malas decisiones.

Sentí el cuerpo pesado y sin energía. La grieta seguía abriéndose y dejaba paso a más y más luz blanca y resplandeciente que iluminaba la nada. Hice un esfuerzo para sentarme en el suelo, pero resbalé y caí. Golpeé mi cabeza contra el suelo y ya sin fuerzas, cerré los ojos.

Levanté los parpados con pesadez, dándome mi tiempo. La luz cegadora volvió a aparecer, pero esta vez en forma de foco fluosforecente. Moví la cabeza hacia un lado para sacarla de mi vista y poder disfrutar de unas horas de sueño. Mi cabeza no paraba de dar vueltas y sentía que vomitaría en cualquier momento. Pero en cambio, al mirar hacia el lado derecho de la habitación, me encontré con el cuerpo de Zayn dormido incómodamente una vieja silla.

—Zayn —murmuré, sin despegar la vista del moreno. ¿Cuánto tiempo llevaría ahí?—. Zayn —repetí más alto.

Finalmente, sus ojos se abrieron. Primero con pesadez y deseos de un rato más de descanso, pero al mirarme, todo resto de sueño desapareció. Se levantó precipitadamente de la silla y corrió hacia mí.

—¡Perrie! —Gritó en cuanto lo tuve frente a frente. Veía en su cara la preocupación—. ¿Estás bien?

Sacudí la cabeza para decir que sí. Una pequeña sonrisa de dibujo en su rostro. Se acercó a mí y depositó un dulce beso sobre mis labios. Colocó una de sus manos en mi rostro y me acarició con su pulgar.

—No sabes lo preocupado que estaba —dijo, mirándome con alivio—. Me avisaron que te desmayaste en tu celda, que no abrías los ojos por mucho que los policías te tiraban baldes con agua. Y cuando llamaron a la ambulancia... —sus caricias se volvieron más suaves y constantes—. Me tenías con el corazón latiendo a mil, bebé.

Le sonreí con las pocas fuerzas que tenía para tranquilizarlo.

—Estoy mejor ahora, no te preocupes —le dije con la voz un poco más ronca de lo habitual.

Él asintió. Se quedó conmigo por unos minutos antes de avisarme que iría a buscar a las enfermaras que había despertado. En cuanto dejó un beso en mis labios y otro en mi frente, desapareció tras la puerta.

Me acomodé en la cama, colocando ambos brazos fuera de las mantas y mirando hacia el frente. No había podido dejar de pensar en todo lo ocurrido hace unos... ¿minutos? Había estado en, literalmente, dentro de mi cabeza por un tiempo que ni siquiera sabría como contar. Había visto cosas extrañas y que no dejaban de circular por mi cabeza— Pero había una cosa en específico que no podía eliminar.

—¿Esquizofrenia?

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En resumen, les pido que no me odien y bajen las armas.


Love in Prison » zerrie PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora