27

400 52 18
                                    

Es tan difícil siquiera salir de la cama, me cuesta tanto levantarme a diario, me cuesta seguir, hay días en los que ya ni siquiera quiero despertar y este es uno de esos días. Han pasado solo tres desde que me enteré de que Daniel se fue y que regresé a mi vida, enfrentando así los problemas, despertando y saliendo de la burbuja en la que me encontraba desde el día en que hui de casa a la de Hürren, descubriendo ahora que en realidad las cosas se pusieron muchísimo más feas que antes y que no sé cómo lidiar con ello.

¿Lo peor de todo? Que no puedo hacer nada para regresar el tiempo, que todas mis decisiones egoístas no podrán revertirse y que seguiré siendo la persona que abandonó a sus seres queridos en sus peores momentos, dejándolos solos en sus batallas cuando seguramente nadie lo hubiera hecho conmigo.

A veces cuando intento dormir, pienso en Hürren, pienso en la felicidad que sentía gracias a ella antes de que todo se volviera un caos y sigo siendo egoísta porque deseo estar en ese momento, en donde me levanté por primera vez en mucho tiempo feliz, con ganas de vivir y desearía que Leo nunca hubiera llegado a esa casa, que nunca me hubiera dado la noticia, desearía nunca haberme enterado de nada, desearía seguir pensando que todos mis amigos estaban bien y que mi único problema sería enfrentar a mi padre cuando decidiera volver a casa.

Pero no, esas cosas no van a pasar y no encuentro la fuerza de seguir luchando, veo el techo escuchando el tic tac del reloj en la pared y es extraño no escuchar los gritos de mi madre ni su llanto.

«Papá ya se fue», es algo que me cuenta asimilar. Por esa parte siento que es un sueño realidad, el haber podido alejarnos de nuestro verdugo y evocó en mi mente lo último que me hizo y todo lo que pasó después de eso.

Ya no está, pero no sé por qué siento que volverá, tal vez es porque creo que el destino me odia y es incapaz de dejarme respirar. Mamá dijo cuando regresábamos del hospital que Dios me estaba poniendo pruebas, yo solo creo que tengo una maldición encima o que estoy más de salado que la entrepierna de la sirenita.

Eso lo leí en Twitter y medio me hace sonreír. Eso no quiere decir que ya tenga ánimos de vivir o que estoy bien, eso quiere decir que estoy reprimiendo mis propios sentimientos al punto en que deseo llegar a sentir nada, porque me aterra y duele sentir todo y no saber qué hacer con las emociones.

«Soy un completo fracaso», me martirizo mentalmente y veo la foto que hay la mesita de noche al lado de mi cama.

Estamos todos: Valentina, Marco, Daniel, Julieth, Miriam, Alexander y yo sonriendo en el parque de atracciones con nuestras diferentes personalidades y estilos, abrazados y destellando felicidad pura.

En ese momento no había intereses amorosos entre nosotros, mi casa era un infierno, pero estar con mis amigos era el paraíso que me mantenía con vida. Amaba ir al colegio, amaba ir a cualquier parte siempre que fuera junto a ellos.

Mi grupo insuperable, mis amigos verdaderos a los que abandoné como un completo cobarde.

Siento que los ojos se me llenan de lágrimas a la vez que la nostalgia me toma poco a poco cuando toco la fotografía.

Se me escapa un sollozo que intento ocultar con el dorso de mi mano porque no quiero que mamá venga preocupada a verme con los antidepresivos y calmantes que le recetó el doctor que me refirió de manera urgente a un psicólogo, pero al que me he negado a ir aunque sé que debo hacerlo.

Me avergüenza y me aterra lo que pueda pasarme si voy en este estado. No soy estúpido, sé que estoy a nada de otro cuadro grave de depresión que tal vez amerite entrar en un hospital mental para recuperarme, pero no puedo hacerlo.

No puedo abandonar a mis amigos y a mi madre otra vez.

«Mi madre», pensar en ella me duele tanto. Por mi culpa sufrió, creo que desde mi llegada al mundo comencé a arruinar cosas, la vida de mi madre fue la primera de ellas.

Lo que nunca quise escribir ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora