—No quiero hablar justo ahora Hürren. — digo, con la poca fuerza que me queda y no estoy siendo fatalista, es una realidad.
Cuando me suceden estas crisis, siento que estoy a un pie de ir a visitar a Dios y francamente, eso me emociona, por otro lado, me aterra porque la verdad es que no quiero morir, aunque muchas veces diga que sí.
—Pero...— la rubia dice y pestañeo, dándole una mirada cansada.
—Tampoco tengo ánimos de pelear. — la interrumpo. — Así que vete.
—¿Estás enfermo? — pregunta mirándome, ignorando lo que le acabo de decir.
Puedo imaginarme las dudas en su cabeza porque las molestas y dolorosas rosetas están por todos lados.
Las siento hasta en mis pelotas.
—Eso creo. — respondo con lentitud.
—¿Vas a morir?
—¿Por qué siempre me preguntas eso? — inquiero, frunciendo ligeramente las cejas.
Ella se abraza a si misma y menea la cabeza.
—No lo sé. — confiesa, en un susurro extraño que me hace mirarla con extrañeza.
—¿Te quedaste sin argumentos?
—Puede que sí. — ella responde con cierta tensión en la voz y añade: — Estás mal, Plutón.
—Dime algo que no sepa.— suelto con ironía.
—Te ves...— sigue hablando y hago una mueca.
—Sí, eso también lo sé Hürren. — la interrumpo.
Suelta un bufido, pasando su mirada café de dos tonalidades por mi cuerpo y debo ignorar el hecho de que se me erice la piel (esta vez no por el dolor ni la picazón), sino por la forma en que me observa, lo que a decir verdad, me confunde un poco.
—¿Es intoxicación? — pregunta, lentamente.
—¿Qué pasa si lo fuera? — inquiero, confundido.
«A decir verdad, pensé que se iría rápido, pero aquí está», no puedo evitar pensar.
Ella se encoge de hombros.
—No lo sé, están en el suelo del salón de artes con rosetas que me generan fobia y no sé si vas a morir, así que al menos merezco saber qué es lo que tienes. — dice.
—¿Te importa que es lo que tengo? — no puedo evitar preguntar.
Ella hace una mueca antes de responder:
—No, pero tampoco quiero ser cómplice de tú suicido.
—¿Mi suicidio? — inquiero con perplejidad.
—Si es intoxicación — ella comienza a hablar y me dan ganas de levantarme, porque tirado en el suelo me siento como si estuviera vulnerable y estúpido, porque su altura se vuelve omnipotente — Podría inflamarse la glotis y podrías morir.
—¿Cómo sabes eso?
—Sé mucho más que pelear por Twitter. — ella responde con ironía: — Pero, por lo visto, eres igual de estúpido como lo eres en Twitter, lo que, francamente, no me sorprende.
—No estoy siendo estúpido. — me defiendo.
—Comienzas a ser estúpido cuando te defiendes diciendo que no eres estúpido. — ella sisea.
—¿Entonces debo aceptar una terminación con la que no me siento representando para no parecen dicha terminación? — inquiero con sarcasmo y ella ruega los ojos.
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Lo que nunca quise escribir ✔️
Roman pour AdolescentsSoy Plutón Shevchuk y esto es lo que nunca quise escribir.