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Me cuesta hacer cosas que eran cotidianas. Ver Twitter ya no se siente tan reconfortante como antes y veo el último tweet que aparece en el inicio.

No sé de quién es, pero me detengo en él y lo leo más de seis veces.

«Cuando alguien se quiere ir, se va en silencio. Cuando no se quiere ir, hace ruido»

No puedo evitar pensar en Daniel, en el hecho de que se fue sin hacer ningún comentario ni dar indicios. Aún me cuesta aceptarlo y Valentina aprieta mi mano, mientras mamá va tarareando una canción latina que mi mejor amiga le enseñó.

Vamos al psicólogo. Ella se llama Chary y según Valentina, es una de las mejores psicólogas de la ciudad. No tengo ánimos, solamente me quedo quieto y me trago el nudo que se forma en mi garganta y veo cómo la clínica en donde está el consultorio de la doctora aparece en mi campo de visión.

Ni siquiera pestañeo tres veces y ya estamos bajándonos del auto. Después de llorar en el piso del baño junto a Valentina, mamá y ella me convencieron de venir a conocer a la doctora Chary.

No voy a mentirles, tenía miedo y me negué, pero al final acepté porque ambas no iban a darse por vencidas. Ahora estoy aquí, y debo enfrentar a la doctora Chary.

Aprieto la mano de Valentina mientras vamos caminando hasta entrar a la Clínica. Mamá pregunta en la entrada por el consultorio de la doctora y cuando nos indican el lugar, tengo miedo y quiero salir corriendo, pero no lo hago.

Mamá se apresura a hablar con la secretaria. Llegamos temprano y veo cómo mi madre le da todos los datos a la muchacha que me sonríe y se levanta, caminando hacia mí.

Aprieto la mano de Valentina sintiendo la tensión adueñándose de mi cuerpo y ella me acaricia el brazo, sonriendo sin mostrar sus dientes.

—No tengas miedo, ir al psicólogo te ayudará con todo esto. — ella dice y cuando la secretaria se coloca frente a mí, me extiende su mano. — Además, estaré afuera aquí esperando por cualquier cosa y la doctora Chary es la persona más amable que conozco.

Mi mamá está mirándome a unos pasos, Valentina asiente como si quisiera darme fuerzas telepáticas y me doy cuenta de que es difícil alejarme de mi mejor amiga para tomar la mano de la secretaria que luce gentil y sonríe, mostrando los hoyuelos en sus mejillas.

—Vamos, Plutón. — dice y tomo una respiración honda, llenando todos mis pulmones con oxígeno y asintiendo, camino detrás de la muchacha, sin ser capaz de despedirme de mi madre ni Valentina.

La secretaria abre la puerta y un pequeño cuarto de color crema, con varios sofás blancos, cuadros de corazones en las paredes, una lámpara encendida al lado de un sofá cama, un escritorio en forma de media luna, con lapiceros de colores organizados por tamaño y forma, me sorprendo tanto por el ambiente que ni siquiera me doy cuenta de que cierran la puerta de la habitación hasta que me giro completamente y me doy cuenta de que estoy solo.

El corazón lo siento en la garganta y la piel se me eriza. Prefiero mirar la calidez que me brinda la habitación con colores neutros y la calidez se transforma en un sentimiento de calma con rapidez. Me siento en uno de los sofás, notando que es suave y de terciopelo.

Hay un aroma a incienso, que me relaja los músculos y me relamo los labios que siento resecos, las agujas del reloj se mueven y me tenso cuando escucho el chirrido de la puerta abriéndose.

El corazón me late desbocado dentro del pecho y me giro para ver a la mujer de unos cuarenta y tantos, de aproximadamente 1,68, con un uniforme de color crema, tiene el cabello recogido en una coleta alta, usa lentes de pasta más grandes que su rostro y cierra la puerta detrás de ella, para darme una sonrisa que muestra sus dientes perfectos.

Lo que nunca quise escribir ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora