Mira la canasta y me preparo.
Para lanzar, coloco la mano debajo del balón con los dedos dirigidos hacia el aro, y esta lo dejará o empujará a la canasta cuando lo lance. Los dedos al final impulsan suavemente hacia arriba el balón mediante una flexión de los mismos. Los dedos deben de quedar perpendiculares al aro y flexiono las piernas antes de hacerlo.
Entrecierro los ojos y... la lanzo.
—¡Muy bien, Plutón! — dice Daniel que palmea mi espalda antes de ir a buscar el balón, trotando.
Sonrío, admitiendo dentro de mí lo mucho que extrañaba jugar baloncesto. La adrenalina de saber si vas o no vas a encestar, de tener reflejos y reír con Daniel falla una canasta es terapéutico.
No es que jugar baloncesto arregle los problemas de nuestras vidas, pero creo que muchas veces, simples cosas hacen la lucha menos difícil.
A algunos les ayuda la pintura, el baile, la música, el teatro, las series, las redes sociales o los libros, a mí me ayudan mis amigos, ver la cantidad de personas que me apoyan y se identifican en Twitter conmigo, porque es curioso que los que están más jodidos, son los más empáticos y los que más se preocupan por ti, te dan palabras de aliento y te hacen salir del pozo en que te encuentras mientras ellos se hunden más.
Creo que eso es una gran ironía de la vida.
El baloncesto también me ayuda y muchas veces, se convirtió en mi lugar seguro junto al equipo de chicos que ama y le apasiona este deporte al igual o incluso muchísimo más que yo.
Solo que... de un momento a otro, se convirtió en otro suplicio y en algo que me trae solo malos recuerdos. Miro cómo Daniel se acerca con la pelota, que rebota de vez en cuanto por el suelo y la agarro justo antes de que me golpee en el abdomen.
—Se fue lejos. — me explica Daniel y asiento, entendiendo por qué tardo unos minutos más de los esperados para buscar la pelota: — Creo que debemos hablar con el club, hay un pedazo de malla que se está desgastando y por ahí se van las pelotas.
Asiento, tocando la pelota y Daniel da varios pasos hacia atrás y mueve sus manos, flexionando las piernas.
—¿Jugamos otra vez? — pregunta moviéndose como un orangután.
—¿No es lo que estamos haciendo? — me río y él menea la cabeza.
—El verdadero juego puede empezar ahora si no te da miedo.
—¿Qué me va a dar miedo? — pregunto con burla y él se golpea el pecho.
—Perder contra el mejor.
Ruedo los ojos.
—¿Eres consciente de lo narcisista que eso sonó? — inquiero y él se encoge de hombros.
—Soy un hombre. — dice.
—Y yo también. — suelto — Pero hay actitudes ridículas que no me gusta repetir.
Él entorna los ojos, dejando de parecer un orangután que tiene ganas de cagar.
—No soy ridícula.
Meneo la cabeza.
—A veces lo eres. — confieso con una sonrisa.
Me señala con el dedo.
—Vas a sufrir la furia de Daniel justo ahora, Plutón.
Hago una mueca y muevo mis manos.
—¡Uy! — digo con dramatismo: — Mira cómo tiemblo del miedo que te tengo.
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Lo que nunca quise escribir ✔️
Novela JuvenilSoy Plutón Shevchuk y esto es lo que nunca quise escribir.