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Decido responderle el abrazo, aunque eso cause efectos extraños en mí.

Decido cerrar los ojos e inhalar con fuerza el delicioso aroma que desprende su cabello rubio, me hace relamerme los labios porque ni siquiera tuve idea de qué hacer o decir.

Solamente la abracé y cerré los ojos. Sentí que el tiempo corrió lento hasta que ella se separó de mí y evitó mirarme a los ojos.

En este momento, ella ya había dejado de llorar. Por un una parte me sentí bien con ello, no me gusta verle sufrir de esta forma y por otra... me sentía realmente cagado porque no sabía qué hacer después de esto.

¿Qué se supone que debería decirle? ¿Me levanto, salgo corriendo o espero que ella hable primero?

Me decido por la última y ella se limpia el rostro con la palma de su mano.

—Lo siento. — es lo primero que dice.

—¿Por qué? — no puedo evitar preguntar.

—Por abrazarte. — responde ella de inmediato: — Estuvo mal.

—Lo necesitabas. — digo con sinceridad.

—Pero de todas formas estuvo mal. — reitera.

No puedo evitar mirarla a los ojos de distintos tonos de café.

—No se sintió tan mal, Hürren.

—Pero somos enemigos...— ella dice, arrugando la nariz: — No tiene sentido que te abrazara y llorara en tus brazos si somos enemigos, Plutón.

—Tal vez dejamos de ser enemigos en ese momento. — no puedo evitar decir evitando rodar los ojos: — Pero eso no significa que te odie menos, como lo hago y lo haré siempre, cabe recalcar o que sea muchísimo mejor que tú en francés.

Ella se secó las lágrimas que aún seguía por su rostro y soltó un bufido.

—Habías durado mucho tiempo en decir tonterías. — ella soltó — Pero aun así, gracias por lo que hiciste.

—¡Por Dios, parecen dos almas en pena! ¿Qué hacen en ese roble?— preguntó una voz que me hizo girar a ver a la persona que se acercaba a nosotros y que había dicho eso.

Otra voz inmediatamente reconocible.

—Alexander —dijo Hürren, mirándolo de reojo, sin girar la cabeza, adelantándose.

Me confundí solo un poco, pero no tardé en darme cuenta de que Alexander conocía Hürren. Y el mismo Alexander, que era mi amigo, también era amigo de ella.

No pude evitar pensar: qué pequeño es el mundo.

Y sí que era pequeño. Muy pequeño.

—Estábamos hablando, Alexander. —dijo, entre dientes Hürren.

Él se sentó al lado de nosotros.

—Qué extraño. — él frunció la nariz. — Parecían entrar en una discusión.

—Eso no es algo nuevo. — solté.

Ella rodó los ojos y no pude evitar mirar a mi amigo cuando pregunté:

—¿Cómo es que la conoces y no me habías dicho?

—¿Le preguntas a tus amigos de mí? — Hürren inquiere con egocentrismo y hago una mueca de desagrado.

—No perdería el tiempo haciendo eso... — comienzo a decir.

—Sí lo hizo. — él suelta, interrumpiéndome y Hürren se ríe de la cara que coloco mientras Alexander sigue hablando: — Y respondiendo a tu pregunta: Hürren es la exnovia de mi primo.

—¿De cuál de todos? — inquiero porque es cierto que Alexander tiene una absurda familia numerosa.

Su padre, que también se llama Alexander, tiene diecisiete hermanos. Su abuelo, que también se llama Alexander, tuvo quince hijos y ni siquiera se sabe con exactitud la cantidad de hijos que tuvieron los hijos de sus hijos.

Lo otro absurdo en el caso es que casi todos se llaman por A y llevan Alexander o Alexandra, dependiendo si es mujer u hombre de segundo y primer nombre.

Qué dolor de cabeza tener quince hijos que se llamen igual. Es como tener fotocopias molestas e inquietas por toda tu casa que también se van a reproducir de forma masiva porque al parecer tiene el don de la fertilidad. Tal vez fueron una evolución de los conejos o...

—No sabía que esta rubia quisquillosa era tú Hürren. — dice Alexander haciendo que salga de mis pensamientos: — ¿Quién lo diría?

—No es mi Hürren. — digo, haciendo una mueca y al mismo tiempo ella dice con fiereza:

—No soy su Hürren.

Alexander se desliza por el suelo y queda frente a ambos. Nos señala con el dedo.

—Van a terminar siendo novios. — dice y hago una monería como si fuera a vomitar.

—Dios quiera que no. — respondemos al mismo tiempo y luego nos miramos con perplejidad: — No te copies de lo que digo. — decimos al mismo tiempo y Alexander se ríe.

—Qué lindo es el amor. — se burla y Hürren menea la cabeza, levantándose.

—¿Puedes callarte? —gruñe ella y ni siquiera me mira cuando me da la espalda: — Qué idiotas son los hombres, un completo desperdicio de oxígeno son.— continúa gruñendo, alejándose con rapidez y veo cómo tiene el culo lleno de nieve y hojas secas, pero no le digo nada, ni siquiera me inmuto y cuando vuelvo a mirar a Alexander, meneo la cabeza. — ni una sola palabra de esto — advierto, levantando el dedo acusador y él levanta ambas manos en señal de paz.

—Soy una tumba. — promete y me levanto yo también, meneando la cabeza y alejándome también, solo que en lugar de ir al salón de francés, voy hacia la cafetería porque el estómago me gruñe en señal de que tengo mucha hambre, dios, siento a mis células comerse entre sí.

Lo que nunca quise escribir ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora