18

333 52 1
                                    



—Entra al auto, Plutón. Te llevaré a mi casa.

Tal vez Hürren no es tan mala o tal vez es que estoy tan lastimado que cualquier mínima acción se me hace como el acto de bondad más grande del mundo y es jodido porque me doy cuenta de que: hola, estoy realmente muy jodido ahora y no sé qué hacer con mi vida.

Tampoco parezco tener sentido de la realidad, solamente sé que entro al auto de Hürren, veo a su padre que va manejando porque ella no tiene auto propio y no me avergüenza, solamente comienzo a llorar y me abrazo a mi mismo al darme cuenta de todo lo que ha pasado.

Mi cuerpo tiembla, cada musculo de mi cuerpo se sacude preso de la pena, el dolor y la rabia porque no merezco nada de lo que sucede y mucho menos merezco que la persona que se supone que debe protegerme, sea la que más me haga daño.

Hürren me abraza y aunque estoy sangrando, con posibles heridas graves, pido entre los sollozos cuando escucho al padre de Hürren (que sé que es su padre porque me lo presentó cuando entré al auto) decirle a Hürren que deberían llevarme al hospital.

—No quiero que mi padre me encuentre ahí. — le digo a ambos — Por favor, no quiero verlo y sé que el hospital será el primer lugar al que irá a buscarme.

—Está bien, Plutón. — dice Hürren y puedo darme cuenta de que mira a su padre que se queda callado y continúa manejando.

El transcurso a la casa de Hürren es en silencioso. Solamente se escuchan las gotas de lluvia chocando contra el auto y mis sollozos.

Estoy avergonzado, molesto y adolorido. Ni siquiera me permito pensar en lo que pasará después de hoy y continuó abrazado a Hürren.

En algún momento llegamos a su casa. Su padre se baja y abre la puerta con un paraguas en la mano. Me levanto y me bajo, pero dejo que Hürren sea quien se resguarda bajo la lluvia mientras yo corro hacia el porche de la casa de color blanco en un lugar que no reconozco.

Hürren llega junto a su padre y ella abre la puerta luego de introducir la llave en el picaporte. El padre de Hürren cierra el paraguas y lo sacude mientras Hürren toma mi mano.

—Ven, entremos. — dice, prácticamente jalándome dentro de su casa.

Me gustaría tener las fuerzas para describirla porque es impresionante, pero no puedo ni siquiera fijarme en los detalles. Solo sé que es de un estilo minimalista, que los colores que hay son blancos y negros y que es grande.

La sala es espaciosa, pero no demasiado. Tal vez unos metros cuadrados más grande que la mía, pero sigue quedándose diminuta si la comparáramos con la de Alexander.

Caminamos por un pasillo que tiene fotos de ella, porque reconozco los ojos cafés de dos tonalidades y el cabello rubio en todos lados. Hay muchas fotos y nos paramos frente a una puerta negra que ella empuja, entrando y enciende la luz sin soltar mi mano.

Ok, nunca había visto una habitación tan simple y elegante a la vez. Se nota que nadie duerme aquí porque todo está en perfecto orden, no hay ni una arruga en la sábana de color negro que cubre la cama, las paredes blancas no tienen ni una mancha de sucio, el piso de cerámica blanca brilla y es tanto así que me da miedo pisarlo porque siento que voy a ensuciarlo.

—Te puedes quedar aquí. — dice ella, señalando la cama: — Es cómoda y las sábanas están limpias, lo prometo.

—Gracias. — es lo único que puedo decir y me giro, para ver a su padre que ahora nos observa a los dos. — Gracias a usted, señor.

—De nada. — dice él y mira a su hija, para luego bajar su mirada y concentrarla en nuestras manos entrelazadas.

Eso hace que Hürren y yo nos separemos y me abrazo a mi mismo, sintiendo dolor en las facciones de mi rostro, lo que me recuerda la paliza que mi padre me dio y todo lo que hizo que llegáramos hasta aquí.

Lo que nunca quise escribir ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora