Capítulo 8

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La soga se desliza con suavidad y certeza, rozando la piel, en una caricia mortal

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La soga se desliza con suavidad y certeza, rozando la piel, en una caricia mortal.

El silencio sepulcral solo es interrumpido por sonidos abstractos, respiraciones profundas y el forcejeo constante. Sentado en su trono el Sultán Murad Khan, mantiene su vista fija en la mujer frente a él, mirando a su derecha donde está la pared, detrás de rejas su ojos conectan con la mirada de su amada, quien asintió de acuerdo con sus acciones.

La mujer proveniente de Bélgica miro a su izquierda, enfocando aquella que le arrebató todo.

— ¡Te deseo una muerte horrible! ¡Tus hijos pagarán tu pecado! — gritó sintiendo su garganta escocer.

Los ojos de Murad se abrieron con demasía y en un ataque de frenesí se puso de pie, acercándose con grandes zancadas a la mujer. Arrebató la soga de la mano de los verdugos, envolviendola en sus manos y jalando con fuerza. La desesperación incrementó en Şemsişah.

Los dedos de la mujer resbalando en los brazos del hombre en un intento desesperado de detenerlo.

— Hablas de pecados, tu pagarás tus cuentas en el infierno — la voz salió en un susurro cerca de la oreja de la fémina.

Murad apretó y apretó más la soga hasta el punto de sentir sus manos desnudas arder. La tranquilidad en la mujer lo hizo suspirar, con una mano sostuvo la cabeza de la mujer y con cierta delicadeza la colocó sobre el suelo, con su mano retiró los cabellos que cubrían el rostro femenino. Şemsişah, su ternura lo cautivó pero su maldad lo liberó. Extrañamente se  sentía libre, se puso de pie y la soga en su mano se deslizó entre los dedos hasta caer al piso.

Su cabeza giró como resorte buscando una vez más la aprobación que hasta el momento no sabía que necesitaba. Salió de la sala para encontrarse con la mujer de mejillas sonrosadas, se paró frente a ella, elevó su mano para acariciar el joven rostro, sin embargo, se detuvo a medio camino, con esa misma mano le quitó la vida a quien le dio dos hijos ¿Acaso podía tocar a la pureza frente a él? El hombre iba a bajar su mano cuando es detenido por el suave agarre de la fémina.

— Ayse... — el hombre emitió un gemido ante la sorpresa.

Ayse Sultan besó la mano de su Sultán y luego la colocó en su mejilla, rozando la piel en un acto de ternura.

— Mi Murad — ella sonrió para él.

Y el sonrió para ella, la poca culpa que sentía desapareciendo. Los ojos azules de él se enfocaron en los marrones de ella. Su madre estará muy molesta cuando se entere.







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La Haseki // Ayşe Sultan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora