—¿Cómo vamos a hacerlo?
Me giro con dos platos de macarrones entre las manos y los llevo a la barra americana donde está mi mejor amigo sentado. Él enarca sus cejas, a la espera de conseguir una respuesta por mi parte.
—Le diré a mis padres que dormiré contigo. Ya me he quedado en tu casa otras veces y siempre han sido permisivos. Y tú pues le contarás lo mismo a tus padres.
—Suena bien. Al menos, hasta que se encuentren en el bar o comprando en el supermercado y descubran que sus hijos son unos mentirosos.
—Te diré lo que pasará: iremos a un fiestón, nos recogeremos tarde y nadie se enterará nunca de esto.
Él pincha unos macarrones y se los come.
—¿Quedamos sobre las seis?
—Tengo una cosa de la que ocuparme antes, pero cuenta conmigo. A las seis será perfecto.
—Tengo miedo de preguntar.
—Voy a echarle un cable a mi padre limpiando en una nueva casa que le han asignado. Está en una zona residencial un poco apartada de la ciudad.
—Tendrás que coger el bus. No sé si te dará tiempo.
—Puedo pillar un atajo.
Menea la cabeza, sonriente, quizá preguntándose cuál será mi próxima locura. Le miro con los ojos brillando, las comisuras ascendentes y la cabeza alta, confiada. Nate intenta sonsacarme lo que ha maquinado mi mente mientras fregamos, pero no le concedo ese placer, y eso le lleva a perseguirme por toda la cocina, con las manos llenas de espuma y expulsándola en mi dirección con el aire de sus pulmones.
Yo le respondo abriendo el grifo y salpicándole con el agua, entre risas. Acabamos mojados de pies a cabeza, pero felices. El secreto sigue conmigo a pesar de que ha intentado arrancármelo hasta haciendo pucheros. Así que se da por vencido después de lanzarme una última mirada. Entre los dos terminamos de fregar los platos.
—Estoy deseando descubrir qué te traes entre manos y, aunque odie esperar, me sentaré en el banquillo. Pero porque eres tú.
—Porque no te queda más remedio.
Miro el reloj de la pared. Tengo que marcharme en breve.
—Debería salir ya si no quiero llegar tarde.
—¿Paso por ti a las seis?
—Lo hacemos al revés, mejor.
Frunce el ceño, aunque no pone pega.
Se despide de mí con un sentido abrazo y se marcha por la acera tras abandonar la casa, con la mochila a sus espaldas y su característico andar encorvado, con la mirada apuntando el suelo. Miro de un lado a otro de la calle, vuelvo sobre mis pasos hacia la entrada, echo un vistazo en el mueble de madera donde está el jarrón, concretamente en la balda inferior.
En un cuenco azul hay algunas monedas para el autobús y, sobre ellas, como si fuese un tesoro perdido que acaba de ser descubierto, la llave del coche de papá.
Me apodero de ella y hago girar el llavero en mi dedo índice, admirando cómo da vueltas sobre sí misma, antes de encerrarla en el interior de mi palma. Además, me hago con la nota donde hay anotada la dirección de la casa.
Entro en el salón y, al otro lado de la pared, hay una puerta que conduce hacia la cochera. Voy hacia allí cruzando la estancia con dos zancadas. Abro la puerta y tras ella me espera el Heinkel Kabine rojo de mi padre, reluciente, esperando a que alguien le dé vida a su motor.
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Celest Saywell y los 80: Cartas a Celestina (PGP2023)
RomanceTras publicar, por error, un relato maldiciendo al supuesto príncipe azul en el foro online del instituto, Celest Saywell tendrá que hacer de Celestina del instituto entero sin haber sentido antes con su propio corazón lo que es el amor, mientras es...