Capítulo 11

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Silma lleva una camiseta blanca de mangas cortas que revela el color de la parte superior de su bikini— rosa con líneas azules— y un pareo corto rojo. Se ha esmerado recogiéndose su cabello carbón en dos trenzas. Se acerca al coche donde viajo con Gillian con la intención de subirse.

—Agradezco que estés haciendo por animar a Sam a salir de su burbuja y retomar su vida anterior.

—Solo necesita un pequeño empujón.

—No sé cómo te las has ingeniado para que aceptara.

—Todo mago tiene sus trucos.

—Pues están funcionando.

Me guiña un ojo y deja de hablar en cuanto la chica se sube al coche.

—¿Os habéis puesto ropa de baño?

—Yo me cambiaré cuando llegue a casa.

—Tengo el bañador listo para un buen chapuzón.

Silma me sonríe.

—Estoy nerviosa por volver.

—Todo irá bien.

—Me alegro de que vuelvas a merodear por allí—le dice Gillian—. Sabes que siempre te hemos considerado parte de la familia y que esa casa es tan tuya como nuestra. Así que, por mí, puedes venir siempre que quieras.

—Últimamente no la sentía así, pero espero que eso cambie hoy. Haré todo lo que pueda para volver a recuperar a mi amigo.

A través de la ventana pasa a gran velocidad las casas. Y con la fusión de colores mi mente echa a volar, tratando de dar con la forma de hacer que Silma y Sam puedan tener ese merecido acercamiento que ambos tanto desean y que por un motivo u otro parece imposible hacer que suceda.

Es momento de dar un giro al guion.

Aparca en la plaza reservada para ello dentro del terreno que abarca la casa y bajamos del coche con la emoción mordiéndonos el estómago, agujereándolo. Me nace coger la mano de la chica morena y mirarla con gran intensidad. Ella inspira profundamente mientras me mira algo asustada.

Doy un paso hacia el frente y tiro de ella hacia la entrada. Al principio la tengo que llevar prácticamente en contra de su voluntad, pero al llegar a la puerta va cediendo, afloja sus músculos y pone de su parte para dar el siguiente paso. Cruzamos la estancia de muebles blancos, buscando la salida al patio trasero.

La piscina tiene el agua en calma y un flotador se mece sobre ella. Los rayos de sol hacen que el color azul se perciba brillante y casi tornándose blanco, asemejando la luminosidad de un diamante. Sam está sentado en el poyete, con los pies sumergidos en el agua, sin camiseta, y con sus músculos tensados.

Ladea la cabeza y mira hacia atrás. Blanquea ligeramente los ojos, muerde su labio inferior y se toma unos segundos de más para incorporarse y venir hacia aquí. Tengo en mente un montón de reproches sobre su actitud, pero al verle venir hacia donde estoy, con un tatuaje en el pecho de un cuervo con las alas desplegadas y que parece piar de dolor, se me olvidan.

—Ya estamos aquí.

—Sí. Ya os he visto. —Su respuesta es seca. Enarco una ceja y le presiono con la mirada para que sea un poco más amable. Repara en la chica de mi lado y, antes de pensar en cómo saludarle, ella se lanza a darle dos besos—. ¿Qué tal estás, Silma?

—Mucho mejor.

—Hacía mucho que no venías por aquí.

—Lo he echado de menos.

Celest Saywell y los 80: Cartas a Celestina (PGP2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora