Capítulo 24

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La casa de los Crawford está siendo desamueblada. Los objetos más pequeños van en cajas precintadas y el mobiliario es trasladado al interior de un camión de mudanza cubierto con una sábana blanca. La enorme casa tiene las persianas bajadas, los cristales cerrados y las luces apagadas. Únicamente está abierta la entrada a la vivienda y eso, de alguna forma, me da esperanza. Lo interpreto como una señal de que queda abierta la posibilidad a un mañana en el que vuelva a coincidir con los hermanos Crawford.

Gillian le da una indicación a un hombre para que tenga cuidado con una urna de cenizas que, en realidad, está llena de arena de la playa. Eso hace que se me escape una sonrisa al recordar el incidente que tuve el primer día de limpieza en la casa. El chico repara en mí y sus labios se ensanchan.

En el camino de fuera está el coche en el que van a viajar hacia el aeropuerto. El maletero está abierto y algunas cajas están siendo guardadas en su interior por Sam.

El día está soleado, el cielo tiene un azul precioso y los pájaros cantan animadamente, pero dentro de mí hay una lluvia intermitente. Y no puedo evitar que mi estado anímico se refleje en mi rostro, a pesar de concentrar mis esfuerzos en estar alegre por el prometedor rumbo que van a tomar las vidas de ambos hermanos. No puedo dejar de pensar en que ellos se marchan, y yo quedo atrás, esperando algo que quizás nunca vaya a suceder.

Gillian cierra la puerta de casa y retira la llave con lentitud. Retrocede unos pasos, desciende un par de peldaños y continúa dando marcha atrás de espaldas, hasta quedar frente a frente con la fachada de la imponente casa. Esboza una sonrisa triste a la par que da pequeños golpecitos con la llave en su otra mano cerrada en puño.

Guarda la llave en el interior de su bolsillo y va hacia la puerta de la parcela junto a la que le espero, apoyando uno de mis brazos en un cartel que anuncia que la casa se alquila.

El camión de la mudanza recoge todas las cosas, cierra sus puertas y se pone en funcionamiento, perdiéndose en el horizonte, levantando una pequeña nube de polvo. Dejo de mirar el ambiente polvoriento para ofrecerle mi interés al chico de cabello dorado, ojos verdes y bonita sonrisa que tengo ante mí.

—Así que Michigan. Guau.

—Sí. Lo sé. Da un poco de vértigo. Está muy lejos.

—Estoy segura de que lo encontraréis como un nuevo hogar. Haréis nuevos amigos sin muchos problemas y os haréis a la rutina y al lugar pronto.

—No será lo mismo. —Levanta la mirada y conecta sus ojos con los míos. El corazón me da un vuelco al entender a qué quiere hacer alusión—. Tú no estarás allí.

—Será una suerte para las cenizas de vuestra tía abuela Messy.

Reímos a carcajadas al recordar la forma en la que Gillian me salvó de ser descubierta. Pero la risa cesa a los pocos segundos y el ambiente pasa de júbilo a consternación con la fuerza de un huracán. Nos sostenemos la mirada por largos instantes continuamente.

—En serio, voy a echarte mucho de menos.

—Yo también—coincido con la voz quebrada por la tristeza—. Tendrás siempre un lugar muy especial en mi corazón.

—Puede parecer irónico, pero, a pesar de todo lo que ha sucedido, sigo creyendo firmemente en que eres la mujer de mi vida. —Sonrío al oírle decir eso. Él aprieta con dulzura uno de mis brazos y se acerca para darme un beso en la mejilla con una ternura irresistible—. Estoy seguro de que nos encontraremos de nuevo. Hasta que nos volvamos a ver, Celest Saywell.

—Hasta entonces, Gillian Crawford.

Gillian se despide haciendo un gesto con la mano y se sube en el coche. Espera a que su hermano se reúna pacientemente con él en el interior. Sam se acerca a mí, caminando en forma de zigzag, dando pequeños golpecitos a una piedrecita del suelo. Cuando está lo suficientemente cerca como para eludir la despedida, alza la mirada. Tiene los ojos brillantes.

Se deshace de un colgante con placa plateada que lleva en el cuello y me lo tiende, colocándolo entre mis manos y cerrándolas con ayuda de las suyas. Puedo ver grabado en la chapa un mensaje: queda pendiente nuestro final. Una inscripción corta, pero que me saca una gran sonrisa.

—Tal vez algún día podamos ser.

—Tal vez.

Da media vuelta para irse, incapaz de seguir afrontando la situación, pero cuando ha dado algunos pasos, se detiene, reflexiona y vuelve sobre sus zancadas anteriores. Coge mi cara entre sus manos y me besa con deseo contenido, inclinando mi cuerpo hacia atrás, tal y como hizo en el baile del castillo.

Acaricia mi mejilla y me mira con el mismo afecto y magia de entonces, dejando que el resto del mundo caiga en el olvido.

El corazón me late con mucha fuerza, tanta que empiezo a sentirme mareada. Sam me ayuda a incorporarme y con un casto beso en la frente, y sosteniendo mi mano hasta que la distancia lo permite, se va alejando de mí. Cuando mi extremidad cae al vacío y vuelve al lado de mi cuerpo sé que no volveré a verle en mucho tiempo, una realidad aplastante que me araña el pecho.

Sam sube al coche junto a su hermano. El motor ruge y los neumáticos se ponen en funcionamiento, ganando una velocidad lenta, pero paulatina. Desde mi posición, levanto una mano y les despido con la mano, derramando las lágrimas que me quedan dentro, sabiendo que están muy lejos para seguir viéndolas.

Verlos partir hacia el horizonte hace que se me instale un nudo en la garganta y el estómago, que tensan mi esófago, y que impiden que mis cuerdas vocales puedan, siquiera, emitir un pequeño quejido, un grito que denote el dolor tan hondo que habita dentro de mí.

En mi mente se proyectan todos los recuerdos que he vivido con los hermanos Crawford desde que los conocí en la piscina de su casa. Cada risa, mirada, sonrisa y momento que me han llenado de vida y esos que me han hecho comprender el alcance de los sentimientos. Aunque la despedida ha sido amarga, una sonrisa se dibuja en mi cara ante el hecho de confiar en que, sin duda, la vida volverá a hacer que nuestros caminos se crucen. 

Celest Saywell y los 80: Cartas a Celestina (PGP2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora