Silma se recupera lentamente, pero sin freno. Parece que la idea de haber estado a punto de morir no es lo que más le asusta, sino el hecho de tener una vida creciendo en su vientre que se agarra fuerte a ella y que se muere de ganas de venir a este mundo lleno de experiencias buenas y otras agrias.
Vicenzo no se ha separado de ella desde que se enteró. Reza cada día varias veces y trata de hacerle sentir bien, y, con suerte, de sacarle una sonrisa. Aunque, cada vez que abandona la habitación, se echa a llorar por el hecho de verla tan desanimada y poco habladora.
Gillian visita a Silma con regularidad y no ha hecho falta contarle qué me ocurría para que lo entendiera. Cada vez que nos cruzamos por los pasillos me mira con esa horrible compasión y, aunque me siento desdichada, no me gusta que me lo recuerde. La herida está todavía fresca y escuece en lo más profundo del corazón.
Sam, hasta ahora, solo la ha visitado cuando sabía que dormía. Todavía no es capaz de enfrentarse a ella y descubrir por boca de Silma si es real lo que yo averigüe acerca de su futura paternidad. Ahora, cada vez que nos cruzamos por los pasillos, es extraño. Apenas nos miramos y mantener una conversación es impensable.
Nate ya se pasea por el hospital y va a visitar a Declan. Hace su mejor esfuerzo para resistir a pesar del humor de perros del segundo. La idea de hacerse a una silla de ruedas es muy alejada a sus deseos y cuanto más la mira, más frustrado se siente. Pronto empezará con la silla de ruedas y con la rehabilitación.
Vicenzo está sentado a mi lado en la sala de espera.
—Tenemos que estar ahí—dice con firmeza. Sus ojos viajan desde la puerta de la habitación de Silma hasta mí. Echo un vistazo a mi alrededor. No hay nadie. Todos se han ido a casa a descansar—. Apoyarla en este importante paso y hacerle saber que contará con nosotros. Y disuadirle de cualquier intento que pueda lastimarla.
—No querrá tenerme a su lado.
Él ha sido consciente de las miradas entre Sam y yo. Y Silma no debe haber dudado en compartir con él lo que ha ocurrido entre nosotras. El daño que le he hecho y cómo eso ha abierto una brecha que parece imposible de zanjar.
—¿Por qué no entras y hablas con ella?
—Le he hecho demasiado daño.
—Es verdad. —Su afirmación es aplastante y me deja sin aliento—. Pero sé que Silma te quiere mucho y que te has convertido en una gran amiga para ella. Mientras ese sentimiento esté vivo, nunca hay que darse por vencido: es posible encontrar una solución.
—No sé si estoy a tiempo.
—Celest, la vida es un reloj de arena. Todo el mundo tiene uno, pero nadie sabe cuánta arena le queda. Cada minuto cuenta. Haz que valga la pena antes de que el último grano caiga.
Eso me hace reflexionar. No quiero que mi reloj de arena se consuma sin haber hecho todo lo posible por recuperar la amistad de Silma Müller. Así que, con el miedo anidando en mi estómago, me pongo en pie y camino hacia la puerta de la habitación. Llamo antes de pasar.
Silma está acostada hacia el lado de la ventana, de forma que me da la espalda. Tiene sus manos ejerciendo la función de almohada. Alza una de sus manos y se enjuga unas lágrimas que caen por sus mejillas rosadas.
—Hola.
Identifica mi voz y mira a sus espaldas. Entrecierra los ojos y vuelve a acostar la cabeza sobre sus manos, depositando toda su atención en las nubes que se aprecian a través del cristal de la ventana.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Quiero saber cómo estás.
—Estoy bien—masculla entre dientes—. Bien jodida. No solo por este bebé que está creciendo en mi vientre, sino también porque mi mejor amiga me ha mentido y traicionado con la persona que sabía que me gustaba.
ESTÁS LEYENDO
Celest Saywell y los 80: Cartas a Celestina (PGP2023)
RomanceTras publicar, por error, un relato maldiciendo al supuesto príncipe azul en el foro online del instituto, Celest Saywell tendrá que hacer de Celestina del instituto entero sin haber sentido antes con su propio corazón lo que es el amor, mientras es...