No he podido pegar ojo en toda la noche. Pensar en los ojos verdes de Gillian cargados de desilusión y en la forma en la que resaltó lo molesta que resultaba mi incontinencia verbal diaria, y el silencio que reinaba cuando más he de hablar me quitaba el sueño. Perdí la cuenta de las veces que giré sobre la cama y de las lágrimas que derramé pensando en que quizás ya nada vuelva a ser como antes.
Para cuando el despertador marca las siete de la mañana, me levanto, con todo un turullo de pensamientos atormentándome y un nudo de emociones envolviendo mi cuello y apretándolo con fuerza. Decidida a desbordar todo cuanto llevo en mi interior, me enfrasco en la misión de ir a comprar un diario.
Las calles están prácticamente en silencio. Al ser sábado, la mayoría aprovecha para recuperar las horas de sueño perdidas o, simplemente, buscar un plan de ocio para echar el día fuera de la ciudad. Y, las pocas personas que me encuentro caminan para ejercitar sus corazones. Aparentemente contentos. Una felicidad que rechazo y casi me resulta repulsiva por no poder sentirla en mis carnes.
La brisa fresca me da en la cara. Los pensamientos siguen maltratando mi mente. Las últimas palabras de Gillian resuenan en cada rincón de mi cabeza. Y, por un momento, me parece ver su cara difuminada abandonando mi psique y proyectándose ante mí, como un fantasma.
El claxon de un coche me asusta y me lleva a retirar el pie que había adelantado, suspendido en el aire, para bajar de la acera y cruzar. Retrocedo y me abrazo a mí misma. Con sencillos ejercicios de respiración trato de mantener la calma. La frecuencia cardíaca va volviendo a la normalidad y mi mente se queda en blanco.
La imprenta está al otro lado de la calle, dando de esquina. Miro antes de cruzar, centrando toda mi atención en ello, y atravieso la calzada cuando no hay peligro. Miro en el escaparate y despierta mi interés un diario azul marino cuya portada contiene una constelación y una luna creciente.
En posición de flor de loto sobre la cama, con el diario sobre mis piernas y un bolígrafo entre los dedos, voy anotando todo lo relativo a mi relación con Gillian. También dejo constancia de cada acontecimiento que he vivido con su hermano. Los gemelos Crawford quedan perfectamente definidos en mi diario, con sus números telefónicos escritos en la última hoja del cuaderno.
Mi mente descansa y mis músculos se relajan al ver todo lo escrito. No quiero leerlo, porque sé de memoria cada cosa que he puesto porque lo he vivido en primero persona. No conforme, guardo la rosa que Gillian tenía para mí y arrojó tras su marcha, y cierro el diario, aplastándola entre las páginas.
Como promesa a mí misma recalco a mi lado más impulsivo y emocional no quedarme a vivir en unas hojas que solo recogen lo ocurrido en el pasado. La norma que me autoimpongo consiste en no abrir el diario más que para seguir vertiendo mis emociones sobre sus páginas. No es una prohibición que me asuste, porque sé de sobra que los recuerdos viven más allá de un diario. Habitan en mí.
Unos nudillos llaman a la puerta de mi habitación. Cierro el diario y lo dejo escondido bajo la almohada de la cama. Papá entra. Lleva consigo una bolsa de frutos secos. Toma asiento a mi lado y me observa detenidamente.
—No lo sé todo sobre los bailes adolescentes, pero algo me dice que esa no es la cara de una persona que se lo ha pasado en grande asistiendo a uno de ellos.
—No salió como esperaba.
—Raras cosas salen como uno las sueña en esta vida. Eso no tiene por qué ser malo. Puede que lo que esté por venir sea mucho mejor.
—¿Y si no es así? ¿Y si pierdo lo mejor que he tenido?
—La pertenencia no depende de lo que uno desee, sino de lo que uno entrega. Cuando das de corazón, no hay nada, ni siquiera el tiempo y la distancia, que puedan deshacer ese vínculo.
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Celest Saywell y los 80: Cartas a Celestina (PGP2023)
RomanceTras publicar, por error, un relato maldiciendo al supuesto príncipe azul en el foro online del instituto, Celest Saywell tendrá que hacer de Celestina del instituto entero sin haber sentido antes con su propio corazón lo que es el amor, mientras es...