Capítulo 1

50 7 6
                                    


El amor es difícil de encontrar y, en ocasiones, una puede sentir que está buscando una lágrima en la arena. Es imposible saber el momento, lugar y tiempo exactos en los que, irremediablemente, caerás enamorada de la persona más inesperada. El príncipe azul no avisa antes de llegar y en contadas ocasiones llama a tu puerta. Tienes ante ti dos opciones: abrirle e invitarle a entrar en tu vida o hacerle esperar hasta que se canse y se marche. Pero, solo cuando es capaz de tocar, además de la puerta, tu corazón, estás realmente perdida.

Soñar con la persona con la que deseas compartir el resto de tus días es una rutina en la que suelen zambullirse de lleno quienes deseamos enamorarnos. Pasamos demasiado tiempo imaginando cómo serán sus ojos, de qué color tendrá el cabello, qué ocurrencias nos harán reír a carcajadas, cómo será el primer beso y el momento en el que compartiremos en un instante un mismo sentimiento.

Siempre he fantaseado con un príncipe azul con el pelo dorado como los rayos de sol, ojos verdes, sonrisa perfecta, voz dulce y brazos fuertes para sostenerme entre ellos. Le imagino cabalgando hacia mí sobre un caballo de pelaje blanco, con el atardecer de fondo en una playa desierta, las olas rompiendo en la orilla. Bajaría de su caballo, me sostendría entre sus brazos de forma muy varonil y me besaría apasionadamente.

Pero ese príncipe azul con el que sueño cada vez siento que está más arraigado a mi mente creativa y más lejos de materializarse en carne y hueso. He vuelto a fracasar en mi intento de conocer a ese alguien especial. Y mis ilusiones están marchitándose dentro de mí. Quizá debería haberme fijado en el color de su capa antes de haberle abierto la puerta a mi vida. Las tonalidades de su azul le delatan.

Sea como fuese, declaro mi retirada oficial de este campo de minas llamado amor, con la fiel esperanza de dejar de buscarlo y esperar a que sea él quien me encuentre.

Celestina


Cliqueo con el puntero del ratón en publicar y, antes de apagar el ordenador le echo una última mirada a la página al resultarme familiares los colores que protagonizan la parte superior de la pestaña abierta, donde resaltan unas letras blancas sobre un fondo azul, pudiéndose leer: Marino Institute of Education. Horrorizada, abro los ojos de par en par y la boca hasta el punto de sufrir por mi mandíbula.

—¡Joder! ¡Mierda! ¡No!

Con el estómago retorciéndose y el corazón como una locomotora, muevo mis ojos de lado a lado y de arriba abajo en búsqueda de alguna opción que permita eliminar el texto que acabo de publicar. Sin embargo, esa alternativa no está disponible y el fragmento donde he volcado mis sentimientos más profundos, acaba coronando el foro online del instituto.

—¡Vamos, vamos! Esto no me puedo estar pasando.

Agarro mi ordenador TRS-80 y lo miro con los ojos encendidos y deseando prenderle fuego con tan solo mirarlo si no obedece mi deseo. Hay algunos alumnos conectados que están empezando a dejar comentarios en la entrada que he publicado. Me alejo lentamente, comprimiendo mi labio inferior con mis dedos, y corro a la cama que tengo enfundada con una colcha de la cara de Bonnie Tyler.

Busco mi teléfono Motorola DynaTac y lo sostengo con ambas manos dado su similitud en peso con la de un ladrillo. Marco el número de teléfono de mi mejor amigo, Nate Fisher, y espero sentada a los pies de la cama a que conteste, con la mirada fija en el ordenador encendido y con la pestaña del foro todavía abierta.

—¿Celest? ¿Necesitas que volvamos a hablar del tema?

—Nate. —Repito su nombre hasta por dos veces sonando un poco apremiante—. Tengo un problemón.

Celest Saywell y los 80: Cartas a Celestina (PGP2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora