Capítulo 22

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Silma se ha enfrascado conmigo en la tarea de responder las cartas a Celestina y hemos podido ayudar a muchas personas desde el anonimato. Y, aunque me hace feliz poder ofrecer mi asistencia a quien la necesita, la culpabilidad que crece dentro de mí por no poder ser sincera conmigo misma y con quienes me rodean me paraliza. Todo el mundo empieza a querer saber quién es Celestina y hay quienes se han metido de lleno en la misión de intentar desenmascararme.

Vicenzo se ha convertido en la figura paterna que Sam ha rechazado asumir. Acompaña a Silma en cada revisión médica, le concede los caprichos que se le antojan, busca su comodidad durante todo el día y trata de que lleve el embarazo con humor y con todo el bienestar posible. Está consiguiendo que el fantasma de la ausencia de Sam deje de atormentarla.

Nate se ha recuperado de los daños sufridos y se ha esforzado en cuerpo y alma por ayudar a Declan a que mejore día tras día y, sobre todo, a que se aferre a la esperanza. No sé si es cosa de un milagro como cree Vicenzo o por la insistencia de Fisher en ayudar a su amor, pero Declan, gracias a la rehabilitación— acompañándole Nate en cada sesión— ha conseguido dar los primeros pasos. Aunque sigue muy deprimido por la lentitud de todo el proceso y por no poder valerse por sí mismo, lo que ha hecho que caiga en la peligrosa tentación de ahogar sus penas en alcohol.

En los pasillos del instituto me cruzo con los hermanos Crawford en más de una ocasión: mientras Gillian esboza una sonrisa afable, Sam me trata como si fuese una completa desconocida; pasa por mi lado y, aunque nuestras manos se rocen accidentalmente y ambos temblemos por el contacto, ninguno lo refleja externamente, y seguimos caminando como si nada hubiera ocurrido.

Abunda mi tiempo libre, así que cuando no estoy acompañando a Silma en todo lo preciso, destino todos mis esfuerzos en estudiar para aprobar el curso. Y cada noche vierto todas mis emociones encontradas en el diario que compré y que se ha vuelto un imprescindible para mí. Solo él parece entender cómo me siento a la perfección. Conoce todos mis sentimientos y recuerdos, y los guarda secretamente.

Uno de los últimos obsequios que he guardado ha sido una nota escrita en un pedazo de papel que Gillian le hizo entrega a mi padre el día que ingresaron a Nate. Al parecer, fue a visitarme mientras yo estaba fuera con Sam y dejó un detalle para mí:

Eres todo lo que hay dentro de mí corazón. Si tus sentimientos no han cambiado, házmelo saber. Sé que podemos ser felices juntos.

Entre recuerdos nostálgicos he estado viviendo los últimos nueve meses y con un malestar permanente en el corazón.

Así que no me sorprende nada cuando descubro que ha amanecido y que sigo tomando notas en mi diario personal.

Papá llama a la puerta de la habitación y abre poco después. No es él quien entra, sino Nate, que ha sido guiado hasta allí por mi progenitor, quien seguro lo ha acribillado a preguntas acerca de su vida desde la entrada hasta mi dormitorio.

—¿Nate?

—Mi vida ha pasado de ser una tragicomedia, a tener únicamente tragedia.

—¿Qué ha pasado?

Encojo mis piernas y me siento sobre mis pies. Nate toma asiento junto a mí en el colchón y se toma su tiempo en inhalar y soltar el aire lentamente. Tiene los hombros caídos, ojeras bajo sus párpados y los ojos algo enrojecidos. Tiene aspecto de no haber pasado una buena noche.

—Ayer pillé a Declan con botellas de alcohol escondidas en su habitación. La primera vez que lo descubrí y hablé con él me prometió que no lo haría más. Pero es que soy idiota, porque sé que sigue haciéndolo a mis espaldas, pero no pierdo la esperanza de que eso cambie.

Celest Saywell y los 80: Cartas a Celestina (PGP2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora