Capítulo 23

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Uso un vestido color salmón con un lazo blanco en la zona central. Quizás en otra ocasión me hubiese preocupado que resaltase mi tripa más de lo debido, pero hoy me siento tan feliz que por más que me miro en el espejo, me encuentro preciosa. Así que doy por hecho que es el vestido que me acompañará en la consecución de mi propio deseo.

Hoy, después de mi última misión como Celestina— esta vez a cara descubierta— iré a casa de la familia Crawford y haré saber mis verdaderos sentimientos hacia el hermano indicado. Y espero que la suerte me sonría y este sea mi final feliz del cuento de hadas que ansío vivir.

Salgo de casa con una sonrisa instalada en los labios y cojo prestado el coche de papá para ir hacia mi próximo destino. Estoy tan excitada que nada más montarme, me marco un baile con los brazos y las manos, y me pongo a cantar una canción que escuché hace tiempo en la radio de casa.

Nunca he ido por mi cuenta hasta el lago Upper. Pero el paseo en moto que hice con Sam Crawford me sirve para poder guiarme, además de las señales, para poder llegar sin contratiempos. La oscuridad se cierne sobre el ambiente y los árboles, altos y robustos, adoptan un aspecto espeluznante que me eriza el vello de la nuca.

Con mis zapatos de tacón voy hundiendo mis pies en la tierra húmeda. Localizo la casa donde compartí un momento de gran intimidad con Sam y verla tan solitaria me produce pequeños pinchacitos en el pecho.

Siguiendo la orilla extendiéndose hacia la derecha, lejos de la casa, encuentro una figura masculina de alguien que espera pacientemente junto a una roca. Voy hacia allí, segura de que es la persona con la que me he citado, intentando mantener el equilibrio para dejarle un buen recuerdo de nuestro encuentro.

Tiene el rostro ensombrecido y, al estar mirando hacia abajo, no puedo reconocerle.

—Hola—saludo animadamente—. Diría que Celestina ha acudido a tu encuentro, pero la verdad es que todo este tiempo he sido yo.

—Deseaba ponerte cara desde hace mucho. —Su tono de voz es misterioso y chirriante para los oídos—. Creo que no nos han presentado como es debido.

Levanta la cabeza y me mira directamente a los ojos. El estómago me da un brinco y pronto una náusea se instala en mi garganta. Su rostro me es familiar. Y no en el buen sentido. Me transmite miedo. A mi mente acude el recuerdo de aquel día en el concierto de una nueva banda, en la que el guitarrista acabó siendo el saco de boxeo de Sam. También viene a mi mente la fotografía de su expediente en el anuario.

—Tú y yo nos hemos visto antes.

—Sí. Hemos coincidido en una ocasión—susurra poniéndose en pie y acercándose a mí con paso decidido. Me mira desde arriba, clavándome la mirada con rudeza—. No hemos hablado antes y tampoco hemos tenido la oportunidad de conocernos. Y, sin embargo, has decidido hacerme daño.

—No sé a qué te refieres.

—Un chico te escribió una carta hace algún tiempo, manifestando que estaba pensando en declararse a una chica. Por casualidades de la vida, actuaste para unirla a una compañera suya de clase, creando el ambiente propicio en una biblioteca. Muy romántico—masculla entre dientes y da media vuelta—, sino hubiese sido por la nula consideración que tuviste hacia la persona que iba a recibir el mazazo en su corazón.

—Yo solo animé a ese chico a ir tras su felicidad. No me hago responsable si eso implica romper determinados vínculos con terceras personas.

—¿Qué pasará ahora, Celest? —Intento retroceder, pero mis tacones están enterrados en el barro y me mantienen fija en mi posición. Él suspira y vuelve a mirarme—. Has destrozado mi vida. Y eso no está nada bien por tu parte.

Celest Saywell y los 80: Cartas a Celestina (PGP2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora