El muro de Celestina está siendo desmantelado. El director está quitando las cartas que los anónimos han dejado puestas en la pared con la esperanza de obtener ayuda. Ha fijado un cartel en el que queda constancia de que está prohibido fijar cualquier tipo de cartel y quién sea visto incumpliendo la norma, deberá hacer frente a las consecuencias.
—¿Le importaría darme las cartas?
—Tome. Deshágase de ellas. Esto no va a hacer más que traer problemas, como ocurrió hace dos años.
—Fue una desgracia.
—Así fue—continúa, entrando en el trapo—. Fue una verdadera pena que no se hiciera justicia y soltaran a aquel detenido.
El director se marcha después de darme las cartas. Abro mi mochila y las dejo a buen recaudo en su interior. Nate esquiva al director y viene hacia mí, colocándose a mi vera, y mira con añoranza la pared ahora vacía.
—Así que se acabó el muro de Celestina.
—Quizás sea lo mejor.
—A mí me traía recuerdos dolorosos, pero también me ha ayudado mucho—dice una voz femenina que sale a relucir después de mi intervención. Nate se gira también para recibir a la nueva persona que ha aparecido. Es Silma—. De alguna forma es como si la persona que me estuviese brindando su ayuda fuese mi hermana.
Tanto Nate como yo guardamos silencio y la miramos apenados. Tiene los ojos brillantes, como si estuviese a punto de llorar, aprieta sus labios y sus mejillas están sonrojadas. Se abanica con las manos los ojos y trata de mantener la constancia en su respiración. Cuando está algo recompuesta, se gira hacia nosotros.
—Sois mis amigos y tenéis que saber algo sobre mí.
—Podemos esperar el tiempo que necesites para sentirte preparada para contar ese aspecto de ti.
—O puedes soltarlo.
Recrimino con la mirada a Nate y le doy un codazo.
—Es el momento de que me conozcáis mejor. ¿Tenéis algo que hacer ahora? Me gustaría que me acompañarais a un sitio.
—Estoy libre.
—A tu total disposición—respondo a su pregunta. Ella nos regala una sonrisa a ambos y nos hace una seña para que la sigamos y desechemos de nuestras cabezas cualquier plan de volver a casa para almorzar.
No tenemos medio de transporte propio, así que tomamos un taxi que pagamos entre los tres para que salga más económico el trayecto. No tenemos idea de hacia dónde vamos, pero confiamos en que Silma conoce bien el destino al que nos lleva. No hacemos preguntas, ni siquiera cuando aparece un cementerio a los pocos minutos, con sus enormes cipreses, verde césped y sus lúgubres lápidas terminadas en cruz.
El sol se abre paso entre las nubes e ilumina las tumbas, las flores que han dejado los familiares y crea pequeños haces de luz en el césped que ha sido regado hace relativamente poco. El paisaje parece lleno de vida, con sus colores vibrantes, la bonita luz solar procedente de un cielo azul algo nuboso y el silbido del aire entre las copas de los árboles.
Nate se abraza a sí mismo ante el repelús que le produce la visión del cementerio.
—Sé que no es el sitio al que esperabais que os trajera. Ojalá nunca hubiera tenido que poner un pie aquí. Y vosotros tampoco. Pero en este lugar hay una parte importante de mi historia y podréis conocerme gracias a ella.
—Siempre me han dado estos lugares muy mal rollo.
—Nate, un cementerio es el lugar más seguro del mundo...—Nada más soltar esas palabras, siento cómo la fuerza de la gravedad me atrae y pierdo pie. Emprendo un pequeño vuelo y pronto descubro que, en realidad, es caída libre. Intento agarrarme a las paredes terrosas, pero es en vano. En el aire acabo dando la vuelta y cayendo de espaldas, de forma que esta parte de mi cuerpo recibe el impacto—. ¿Chicos?
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Celest Saywell y los 80: Cartas a Celestina (PGP2023)
RomanceTras publicar, por error, un relato maldiciendo al supuesto príncipe azul en el foro online del instituto, Celest Saywell tendrá que hacer de Celestina del instituto entero sin haber sentido antes con su propio corazón lo que es el amor, mientras es...