Capítulo 4: La telenovela de nuestras vidas

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El último día del semestre, comenzó a pesarme la urgencia por contarle a Camilo y a mis padres sobre el intercambio. Después de todo, ya estaba de vacaciones y no podría argumentar por mucho tiempo que no había encontrado el momento adecuado para hacerlo.

Decidí que a Camilo se lo diría ese mismo día; y a mis padres, al día siguiente. Si algo había aprendido, era que la ventaja de darle una mala noticia a un católico en un sábado, es que éste no tiene más remedio que perdonarte después de la misa del siguiente día.

Si un domingo al mediodía no se puede hallar el perdón en el corazón de un católico, no se hallará nunca bajo ninguna otra circunstancia.

El viernes por la tarde, Camilo y yo nos fuimos a Puerto Progreso después de haber pasado a la universidad a revisar y firmar nuestros exámenes finales. Caminamos por el malecón, tomados de la mano, sin hablar mucho. Poco antes de la puesta de sol, nos sentamos en la arena, nos quitamos los zapatos y nos apoyamos el uno en el otro para ver la puesta del sol.

—La Universidad McAllister me aceptó para el trimestre que comienza en enero —dije, con un tono suave pero firme.

—¿O sea que te valió pepino mi opinión? —Ahí estaba una vez más esa mueca que fundía las cejas de Camilo y le dejaba los labios de color púrpura.

—No seas melodramático —respondí, sonriendo.

—Habíamos quedado en algo, pero claro, tenías que hacer las cosas a tu modo, sin tomar en cuenta cómo me afectan tus decisiones —Su tono iba subiendo de intensidad.

—No —seguí mirando el cielo, las primeras estrellas comenzaban a distinguirse—. Tú decidiste que no debía irme, sin tomar en cuenta lo que yo quiero —Hice un esfuerzo por mantener un tono tranquilo—. Y luego optaste por no hablar del tema.

—Porque pensé que ya se te habían olvidado estas tonterías.

—No son tonterías, Camilo. Esto es importante para mí. ¿Por qué no puedes entenderlo? —Por fin lo miré, reclamando con los ojos, tanto o más que con las palabras.

—Porque no quiero pasar un año sin ti —Camilo comenzó a sacudir la arena que se había adherido a sus zapatos.

—Pues será mejor que te vayas haciendo a la idea —respondí.

—¿Qué? ¿Sino vas a terminar conmigo? —Se puso de pie.

—No dije eso —Volví a mirar el cielo. Los últimos rayos dorados y naranjas habían desaparecido.

—Poco faltó.

—No pongas palabras en mi boca —Volteé hacia mi derecha al sentir que su mano estaba en el aire, esperando para ayudarme a ponerme de pie.

La tomé. Él me jaló con tanta fuerza, que me estrellé contra su torso. Camilo me envolvió en sus brazos.

—No quiero que te vayas —dijo, con una ternura que rayaba en la cursilería.

Luego me besó, dando por terminada la discusión. Ambos sabíamos que el tema distaba mucho de estar cerrado, pero teníamos un viaje a Celestún planeado para el día siguiente y éste se tornaría terriblemente tortuoso si estábamos peleando. Así que dejé el tema por la paz, en pos de la diversión y el relajamiento que en teoría me esperaban al día siguiente.

Subimos a la camioneta y regresamos a Mérida. Ya había oscurecido y pronto dejaría de ser hora para estar en la calle, según la definición de mis papás de las cosas que una muchacha decente debía o no debía hacer.

El camino de regreso fue silencioso.

Cuando Camilo me dejó en la puerta de la casa, me miró con un rencor que intentó ocultar tras una sonrisa forzada.

Sólo a ella | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora