Capítulo 17: El terror y el regocijo

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El viernes por la mañana llegué a la escuela con el propósito secreto de indagar cuántas clases más compartiría con Hope y me alegró mucho descubrir que seríamos compañeras en más de la mitad de mis asignaturas diarias.

La segunda semana de clases fue particularmente difícil: cada mañana al despertar, me preparaba para enfrentar el frío endemoniado de -30ºC y los dolores de cabeza que me estaba ocasionando pensar en inglés todo el santo día. Las complejidades de desenvolverme en un idioma que no era mi lengua natal presentaban retos constantes que iban, desde ordenar correctamente lo que quería comer, hasta el terror que me daba tener que llamar a la línea de atención al cliente de la compañía con la que acababa de contratar mi servicio de teléfono celular, pero nada de eso importaba cuando Hope llegaba al aula, se sentaba a mi lado, me sonreía y me preguntaba cómo estaba yendo mi día.

En la gloria de sus ojos color miel, todo era simplemente perfecto.

Verla cada mañana hacía que la pesadumbre que me acongojaba a las siete de la mañana, desapareciera instantáneamente; aunque esa misma pesadumbre regresaba, sospechosamente, alrededor de las tres de la tarde, cuando mi nueva amiga se despedía de nosotros para apresurarse hacia su trabajo.

Muy convenientemente yo justificaba mis cambios de humor detrás de la admiración que sentía por ella, pero a estas alturas, estoy segura de que usted sabe tanto como yo, que Hope me gustaba, aunque todo mi ser estuviera empeñado en negarlo.

El viernes de la tercera semana, Hope nos alcanzó cuando íbamos saliendo de nuestra última clase.

—Voy a ir a ver The hours en el cine que está aquí cerca, ¿alguien quiere ir? —Me miró.

—Yo sí —respondió Sebastián, emocionado.

—¿No tienes que trabajar? —pregunté.

—Me tocó descansar entre semana... ¿entonces? —insistió, levantando una ceja.

—Claro —Asentí, sintiendo que mis mejillas se encendían.

Los tres miramos a Alex, quien se limitó a encogerse de hombros mientras nos encaminábamos en dirección al cine.

Yo había visto los avances de la película, pero ignoraba el trasfondo de su trama. Aún hoy en día se me complicaría encontrar las palabras para describir las emociones que las breves pero hermosas escenas sáficas provocaron en lo más profundo de mi ser.

Cuando salimos del cine, Alex y yo estábamos extremadamente callados, mientras que Sebastián y Hope intercambiaban sus impresiones apasionadamente.

Yo solamente podía pensar en lo que había pasado entre Ana y yo en Telchac. En mi mente había tantas preguntas sin respuesta, y en mis venas corría un centenar sensaciones nuevas, así que no puse mucha atención a la conversación de mis compañeros.

El timbre de mi celular me sacó del letargo, haciéndome pegar un brinco en el proceso.

—¿Diga? —contesté en español, porque hasta entonces, solamente mi familia y doña Lourdes tenían mi número, además de las tres personas que estaban caminando conmigo—. Camilo, no puedo hablar ahorita. Estoy en el cine —mentí—. Sí, mañana a la hora que quieras. Adiós.

Los ojos de Sebastián, que era el único de los tres que había entendido cada palabra de mi conversación, me miraban con insistencia. Guardé el celular en la mochila, fingiendo que no podía sentir su curiosidad.

—¿Quién es Camilo? —preguntó, usando un tono más agudo del acostumbrado.

—Mi exnovio. Por lo visto mi mamá le dio mi número.

—¿Pero por qué haría eso una mamá? —preguntó, escandalizado, tocándose el pecho con la mano derecha.

—Porque cree que algún día voy a casarme con él.

—¿Estuvieron juntos mucho tiempo? —intervino Hope.

—Cuatro años —dije, con tono de aburrimiento, Camilo no era un tema que me interesara discutir con ellos.

—¿Cuatro años? —Sebastián se dibujó una cruz sobre el pecho—. Nunca he durado tanto con un novio.

—Ni yo con una novia —dijo Hope, con la mirada en la lejanía—. Duré un año con la mas reciente y es, por mucho, la relación más larga que he tenido.

Novia. Hope había dicho novia. Esa revelación hizo eco en todos los rincones de mi mente.

Una parte de mí estaba sorprendida, mientras que la otra lo había sospechado desde nuestra primera conversación. La parte de mí que estaba sorprendida, sintió terror porque la parte de mí que siempre lo había sospechado, se regocijó; terror, porque me alegraba sobremanera saber que a Hope le gustaban las mujeres; terror, porque una parte de mí quería gustarle, aunque no estuviera lista para aceptarlo.

Mientras me aseguraba de que mi exterior no delatase reacción alguna a esa información, mi yo interior estaba haciendo un bailecito de victoria.

Si mi yo interior hubiera sabido que para el siguiente lunes, Hope pondría distancia entre nosotras, no hubiera bailado con tanto ahínco.

La realidad es que no fue gran cosa, fue una barrera que hubiera resultado imperceptible de no ser porque yo deseaba tener su atención y podía notar que no la tenía del mismo modo que cuando recién nos habíamos conocido.

Yo, mientras tanto, me desvivía intentando recuperarla: tenía contacto físico constante con ella, me reía como loca cada vez que decía algo remotamente gracioso y no le quitaba nunca la mirada de encima. Me comportaba como una groupie, pero ella parecía no reparar en ninguna de estas cosas particularmente o en conjunto; incluso llegué a dudar que las notara en absoluto.

En otras ocasiones, cuando me rendía en mis intentos vanos de obtener su atención, me sumergía en contemplaciones silenciosas: admirando la simetría de su rostro afilado, el magnetismo de su personalidad, la originalidad de su vestimenta andrógina, el modo en que el tono de sus ojos brillaba cuando el rebote de la luz le tocaba el rostro desde un ángulo inferior; incluso el blanco extremo de su piel, que encontraba insípido en otras personas, me parecía distinto en ella... especial de una manera inexplicable.

Asignaturas enteras se me escapan sin que pusiera atención a una sola palabra que decían los profesores mientras estaba mirándola, pero yo seguía empeñada en permanecer ciega a lo que, ahora sé, que era evidente.

Sólo a ella | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora