Capítulo 27: Amor robótico

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Después del beso en la mejilla, pasé una semana entera intentando estar a solas con Hope para hablarle de mis sentimientos; estaba decidida a hacerlo, pero sus horarios impredecibles de trabajo de esa semana me lo impidieron. El lunes ni siquiera había llegado a la escuela. El martes tomó su mochila y salió corriendo al terminar la última clase que teníamos juntas. El miércoles solamente la vi a la hora de la comida. El jueves decidí contarles a Sebastián y Alex lo que había sucedido el sábado anterior.

Con las emociones a flor de piel, les dije también, que iba a decirle a Hope lo que sentía por ella.

Alex me aplaudió y dijo que ya era hora; que estaba harto de escucharme hablar de ella sin hacer algo al respecto.

Sebastián, por otro lado, me interrogó, me pidió que tuviera cuidado y aconsejó que no esperara cosas que Hope quizás no podría darme.

El viernes me animé a preguntarle si estaría ocupada después de clases. Ella dijo que no. Fue entonces que por fin descubrí que no había preparado mi plan a detalle, y no sabía qué hacer con su respuesta, así que terminé proponiéndole muy vagamente que saliéramos.

Nunca reparé en que no le había aclarado que mis intenciones eran únicamente con ella. Como resultado, apenas vio a Sebastián y a Alex, les preguntó si ellos también irían con nosotras y ambos dijeron que sí, completamente aturdidos e intrigados, sin dejar de mirarme.

Saliendo de clases fuimos a un club lésbico llamado Neverwhere. Era temprano, pero en el interior del club nadie parecía saberlo, el lugar estaba a reventar, como si ya fuesen las once de la noche.

El diseño interior del club era muy distinto a los demás lugares que habíamos visitado; éste me recordaba más el estilo de los de Mérida: había una pequeña pista de baile en el centro, las mesas que la rodeaban eran bajitas con tres o cuatro muebles estilo otomán. Después venía un desnivel de quizás unos treinta centímetros, en el cual se encontraban las mesas periqueras redondas. Finalmente, estaba un tercer nivel, en el que se encontraban las barras de servicio iluminadas con luces de neón; una en cada extremo del lugar.

Hope ordenó una cerveza, reclinándose sobre el mostrador más cercano, para satisfacción de la bartender; ella se la comió con la mirada y le trajo la cerveza en un santiamén. Cuando el resto de nosotros ordenamos nuestras respectivas bebidas, fuimos atendidos con menos amabilidad y bastante menos prontitud.

Instantes más tarde, Alex señaló una mesa vacía. Me pareció que habíamos tardado más en tomar asiento, que en que una chica se materializara de la nada.

—¡Hope! Qué gusto verte.

Alex examinó a la chica de pies a cabeza y luego me miró, con una sonrisa cínica en los labios, retándome a impedir lo que todos sabíamos que sucedería enseguida.

—¿Quieres bailar? —La chica acarició brazo de Hope.

—Acabo de llegar... —Nos miró, casi rogando que le ayudásemos con una excusa.

—¡Por favor! —insistió la chica, con la emoción de una adolescente—. Te esperé toda la semana y no llegaste.

Hope me miró, y tuve la impresión de que estaba pidiendo mi autorización. Por supuesto que quería decirle que no lo hiciera, pero ¿quién era yo para dictar sus decisiones? Volteé hacia la barra, fingiendo que me daba igual que se fuera o se quedara.

—Ahora regreso —dijo finalmente, a lo que obtuvo un par de respuestas entre murmullos por parte de Sebastián y Alex.

Al instante en que se marchó, mis dos amigos me miraron, haciendo muecas.

—¿Qué? —pregunté, encogiéndome de hombros.

—¿No que ibas a decirle? —Sebastián frunció el ceño.

Sólo a ella | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora