Capítulo 20: Cicatrices y miradas sostenidas

437 52 13
                                    

Esa tarde, después de clases, caminamos hacia un café y nos sentamos en una butaca para trabajar en ideas «verdes» para la galería de arte.

Hope ordenó un café negro y yo un chocolate caliente. Con nuestras libretas, una colección de lápices y otras herramientas de dibujo, sobre la mesa, dimos rienda suela a nuestra imaginación. Hope trazó un garabato tras otro, mientras yo recitaba posibilidades a añadir.

En algún momento, en medio de una lluvia de ideas, me emocioné tanto, que me senté sobre mis rodillas en la butaca, apoyándome con los codos sobre la mesa, para estar casi sobre la libreta de Hope mientras ella dibujaba.

Levanté la mirada, notando por primera vez lo cerca que me encontraba de su rostro. Un mechón de cabello caía delicadamente sobre el lado derecho de su cara, las puntas más cortas tocaban ligeramente el puente de su nariz. Me pregunté si sentiría cosquillas, pero ella no parecía distraerse con nada.

Su piel era tan blanca, que las pocas pecas que habitaban en su rostro resaltaban, a pesar de ser diminutas. Sus ojos color miel resplandecían de un modo especial bajo la luz de la lámpara que colgaba sobre nuestra butaca, aparentando un tono inexistente en el rango de colores de los ojos humanos.

Sus cejas, delicadamente depiladas, permanecían muy juntas como resultado de su grado de concentración; era también como producto de ésta, que el lado izquierdo de su labio inferior se encontraba ligeramente atrapado bajo sus dientes superiores. Sus labios eran delgados y de un color rosa pálido que no hubiera resaltado sobre un tono de piel más oscuro. Bajo su ojo derecho nacía una cicatriz muy delgada, apenas visible, que resbalaba por su mejilla hasta tocar su labio superior.

Nunca antes estuve lo suficientemente cerca para notarla.

Hope me pareció francamente hermosa y no pude quitarle la mirada de encima, ni siquiera cuando levantó la vista y me descubrió escudriñándola tan minuciosamente. Su expresión pasó de la concentración a la sorpresa en un instante.

—¿Qué pasa?

Antes de poder hacer entrar a mi cuerpo en razón, mi mano derecha ya estaba tocando su rostro.

—¿Cómo te hiciste esto?

Ella se alejó un poco, tocándose la mejilla. Yo también me alejé al comprender que estaba invadiendo su espacio personal. Me senté adecuadamente en la butaca; mi columna agradeció el contacto con la rigidez del respaldo.

Fluffy —Una sonrisa melancólica se apoderó de ella y casi pude ver el momento exacto en que los recuerdos se la llevaron a otro plano de existencia—. Cuando tenía cinco años tenía una gatita; la quería tanto, que la cargaba para todos lados. Un día, se escapó de mis brazos y corrió al patio para subirse a un árbol, pero luego no supo cómo bajarse. Pasaron horas hasta que mi tío llegó del trabajo y subió a rescatarla. A los pocos días, se me escapó nuevamente; para intentar detenerla, corrí tras ella y la jalé de la cola. En su desesperación, se dio vuelta y me arañó la cara —Hope se acarició el rostro con tres de sus dedos, recorriendo desde su párpado inferior derecho hasta justo encima de su labio superior—. Antes eran tres cicatrices; las otras dos desaparecieron muy rápido, pero ésta fue profunda. Mi mamá pegó de gritos cuando me encontró llorando con la cara ensangrentada.

—No era para menos —dije—. Seguramente pensó que Fluffy te había lastimado el ojo.

—Sí. Durante semanas mis hermanos me torturaron diciendo que iba a convertirme en Gatúbela.

Sonreí, encantada con la idea de haber podido jugarle una broma así a cualquiera de mis hermanos o primos.

Hope seguía sonriendo y la encontré incluso más hermosa que minutos atrás. Entonces noté que mis reacciones en su presencia eran peligrosamente parecidas a las que experimentaba cada vez que alguien me gustaba.

Sólo a ella | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora