El lunes por la mañana, tomé el tranvía que pasaba por la calle King para acudir al recorrido por las instalaciones de la Universidad McAllister. Mi corazón se aceleraba con anticipación mientras más me acercaba al campus.
Después de registrarme con la representante de intercambios estudiantiles y unirme al grupo de alumnos que, al igual que yo pasarían un año lejos de sus hogares para estudiar ahí, comenzó el recorrido.
El campus universitario era como una pequeña ciudad dentro de la ciudad. Estaba compuesto por una treintena de edificios. Los que correspondían a las facultades, variaban entre arquitectura tipo románico richardsoniano y neogótico; la enorme biblioteca tenía estilo del renacimiento griego; el centro deportivo era moderno y, en comparación con la belleza de los demás, resultaba un poco simplón.
En conjunto, aquella mezcla de estilos contrastantes debió resultarnos incómoda, pero para mí y para los demás estudiantes de arquitectura del grupo, aquel paseo resulto ser un verdadero festín visual.
Desde un punto de vista menos técnico y más nerd: podría jurar que ese día entendí lo que Harry Potter sintió a su llegada a Hogwarts. Una sonrisa se dibujó en mi rostro y no lo abandonó durante el resto del día. Incluso temí que tanta emoción comenzara a desbordarme por las orejas.
Mas tarde tuvimos una comida grupal, y posteriormente una plática introductoria por parte del coordinador de intercambios estudiantiles. Mirando alrededor pude calcular, mas o menos, mil personas conmigo en el auditorio.
Después fuimos divididos por área de estudio y ya no supe más del resto de los estudiantes, pero unos treinta asistieron conmigo a lo mas parecido a una clase, en un aula tipo anfiteatro con el director de la carrera de Arquitectura.
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El martes, las actividades de integración estuvieron a cargo del coordinador de la carrera, quien en lugar de aburrirnos a muerte con la estrategia típica de encerrarnos en un aula y pedirnos que nos pusiéramos de pie, uno por uno, a recitar nuestros respectivos nombres, historial académico y pasatiempos, decidió darle un giro moderno y un tanto divertido al asunto.
La primera actividad, que el coordinador decidió llamar: «microentrevistas», fue lo más parecido al concepto de «citas rápidas» en las que uno tiene que ir cambiando de mesa para pasar cinco minutos platicando con la persona que le toca enfrente, antes de pasar a la siguiente.
Durante ese proceso, descubrí que tenía muy poco interés en la mayoría de los que serían mis nuevos compañeros de carrera, a excepción de dos muchachos: Alex y Sebastián.
Alex me cayó instantáneamente mal sin motivo alguno. Lo juzgué, basándome en su pinta de problemático y flojo, y también un poco en su vestimenta.
Llevaba unos jeans rotos, una camiseta con estampado desgastado y una chamarra de cuero de esas bombachas que se parecen a las que usaban los pilotos de los años cincuenta; para complementar, llevaba un gorro de tela, tan mal colocado en su cabeza, que me daba la impresión de que se le caería en cualquier momento; y las cerezas sobre el pastel eran las dos gruesas cadenas de oro colgando de su cuello. Además, estaba el paupérrimo intento de barba de chivo que adornaba su mentón.
Alex daba la impresión de tomarse licencia para ser desaliñado porque estaba perfectamente consciente de ser guapo. Y la verdad es que al momento de poner los ojos sobre él, me invadieron unas ganas incontenibles de desinflarle un poco el ego; algo dentro de mí quería decirle que su estructura ósea era demasiado gruesa para su estatura, así que fuera de hacerle ver como el fortachón que seguramente creía que era, parecía más bien regordete.
«Que persona tan horrible soy», pensé, al darme cuenta que el pobre chico no había hecho absolutamente nada para merecer el desaire que ya estaba planeando hacerle a la primera oportunidad.
Entonces abrió la boca y descubrí que era, por mucho, el compañero más interesante que tenía. Alex era griego y respondió a cada una de mis preguntas con una perspectiva digna de su raza, como un verdadero descendiente de los primeros grandes arquitectos. Alex amaba y respetaba la arquitectura; esa fue una señal inequívoca de que tenía que olvidar los prejuicios de minutos atrás, y buscarlo más tarde, cuando terminaran las actividades, porque me había quedado con ganas de saber más de su visión.
Sebastián fue la penúltima persona con la que hablé ese día. Era argentino de origen, pero había crecido en los Estados Unidos... y era simplemente bellísimo: tenía ojos grises, era esbelto sin ser flaco y alto sin llegar a lo ridículo. Su cabello cenizo daba la impresión de ser sedoso, tanto, que hasta se me antojó tocarlo. Su rostro carecía de vello y sus cejas estaban perfectamente depiladas. Llevaba una camisa de mangas largas, color lila, debajo de un suéter gris que se ceñía a una figura marcada, que solo se consigue con horas de gimnasio. Sus pantalones sastre eran del mismo tono que su suéter, y sus finas botas de gamuza, también. Era pulcro, delicado y olía delicioso.
Me bastó una mirada para saber, sin lugar a dudas, que era gay.
Durante los cinco minutos que pudimos platicar, no tocamos ningún tema referente a la carrera. Sebastián no mostró ninguna clase de sabiduría arquitectónica que llamase mi atención, pero había algo más que yo deseaba aprender de él y, aunque en ese momento no me quedaba claro qué era, sólo bastarían unas semanas para que lo descubriera. Lo único que sabía a ciencia cierta, era que deseaba ser su amiga.
Cuando terminaron las «microentrevistas», el coordinador de la carrera nos dividió en equipos para jugar Pictionary, y más tarde nos hizo jugar «dos verdades y una mentira».
No le puedo negar, que aunque me considero una persona bastante apática para las convivencias con extraños, ese día me la pasé muy bien y me alegré de haber tenido a Alex y Sebastián en mi equipo de Pictionary.
El miércoles fue nuestro primer día de clases, y agradecí internamente el tener a ambos gravitando casi naturalmente hacia mí desde el primer módulo, porque integrarnos a los alumnos de horario regular, resultó un poco más intimidante de lo que hubiera sospechado.
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Sólo a ella | #PGP2024
Romance(LGBT) Eva siempre ha creído tener el control absoluto de su vida, un equilibrio aparentemente perfecto entre su relación con Camilo, la frágil armonía de su familia y los retos de su carrera universitaria. Pero todo cambia cuando una fuerza irresis...