Sólo a ella | #PGP2024

Decimoquinta sesión con el doctor Cantú

Cuando Mauricio entra a la habitación de Eva, la encuentra haciendo esfuerzos enormes por terminar lo que, a primera vista, parece una secuencia de trabajos de caligrafía.

Reclinada sobre la mesa rodante en la que le sirven la comida durante el día, Eva sostiene el lápiz con la mano izquierda.

—¿Eva? —dice Mauricio para anunciar su llegada.

Ella levanta el rostro. En sus mejillas hay lágrimas y sudor, pero su expresión no es de tristeza sino de cansancio y dolor.

—No sé si alguna vez voy a poder recuperar el uso completo de mi mano derecha, doc —Eva se seca ambas mejillas usando el dorso de su mano, sin soltar el lápiz—; el ortopedista dice que a estas alturas hay posibilidades de que pierda ciertas capacidades, ciertos ángulos de movimiento. Pero nada se va a interponer entre una hoja de papel y yo. Nada me va a impedir que dibuje y diseñe edificios. Aún si eso significa aprender a usar mi mano izquierda.

—Aún es muy pronto para rendirte con la derecha.

—No me estoy rindiendo, doc. A esto le llamo: Plan B.

Mauricio se acerca a ella y le obliga suavemente a dejar el lápiz sobre la mesa rodante. Toma la mano de su paciente entre las suyas, y le da un breve masaje.

—Está bien, ten la cantidad de planes de reserva que quieras; el abecedario completo, si así lo deseas. Solamente hazme un favor y pídele una pelota de goma a tu fisioterapeuta. Cuéntale lo que intentas hacer; él te dará ejercicios para que la mano izquierda no te duela tanto como resultado del esfuerzo.

Eva asiente.

—Además, recuerda que te tomó varios años tener un dominio avanzado de tu mano derecha, la que naturalmente te dictó tu cerebro que debías utilizar —Mauricio termina el masaje y toma asiento—. No quieras aprender a escribir, y mucho menos a dibujar, en cuestión de semanas con la zurda. ¿De acuerdo?

Eva baja la mirada, suspira y luego intenta sonreír —¿En qué nos habíamos quedado?

—En tu segundo día en Toronto.