Capítulo 12: Toronto

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El vuelo duró lo mismo que un parpadeo, pero el proceso de pasar por inmigración y aduanas en Toronto, duró dos eternidades y media.

Cuando por fin acabó esa tortura, eran las dos de la tarde en hora local. Compré una tarjeta para llamadas internacionales, y luego me di a la búsqueda de un teléfono público. Marqué el número de mi casa, pero nadie me contestó. Al quinto timbrazo, se activó la contestadora.

—Hola, mamá, ya llegué a Toronto. Todo muy bien hasta ahora —A través del cristal podía ver que la calle estaba cubierta por varios centímetros de nieve y una llovizna ligera escupía trocitos de hielo de cuando en cuando—. Hace mucho frío. Voy a tomar un taxi para ir al departamento. Te llamo mañana apenas pueda. Les mando muchos abrazos.

El viento soplaba ferozmente, así que me coloqué el abrigo, guantes, gorro, bufanda y una muy buena persignada, antes de poner el primer pie afuera para hacer la fila del que sería el taxi más caro de mi vida.

Media hora más tarde, llegué a los condominios «Summit II» en el 705 de la calle King, un edificio de veinte pisos de altura, cuya fachada de ladrillos rojos estaba adornada con amplios ventanales de aluminio que le daban un aspecto moderno pero bastante sobrio, que contrastaba con los edificios soberbios que había visto un par de calles atrás.

Mientras caminaba hacia las enormes puertas de vidrio de la entrada, pude distinguir rápidamente que en la planta baja de edificio se encontraban un café italiano y un restaurante mexicano.

«No moriré de hambre los primeros días», pensé.

El área de recepción era tan elegante, que fácilmente podía competir con la de un hotel de cinco estrellas de la Riviera Maya. Doña Lourdes, la señora que me rentaría el departamento, estaba esperándome sentada en un sillón que miraba hacia la entrada.

—¿Eva? —preguntó, poniéndose de pie, acercándose a toda velocidad.

El guardia de seguridad regresó de inmediato a su puesto, detrás del mostrador, y entonces entendí que la mujer me había identificado apresuradamente para evitar que el guardia me hiciera preguntas.

—Sí, ¿doña Lourdes? —Extendí la mano para estrechar la que ella había tendido mientras se acercaba.

—Ella mera. Mucho gusto —Sin preguntarme, tomó mi maleta para ayudarme. En su mano izquierda, cargaba un aro metálico con lo que parecía ser, fácilmente, una veintena de llaves.

Antes de subir al ascensor, me dio un breve tour por la planta baja, indicándome en donde encontrar la alberca, el gimnasio y el sauna. Después, señaló un pasillo:

—Por ahí puedes pasar al minisúper y a la farmacia sin tener que salir del edificio.

Subimos al ascensor, llegamos al octavo piso y me condujo al último departamento del lado izquierdo del pasillo, el número 806. La mujer comenzó a leer rápidamente las etiquetas que colgaban de las llaves, hasta dar con la indicada.

Al abrir la puerta me encontré con un estudio diminuto, pero pulcro, que tenía todo lo que un estudiante podía necesitar: desde una cama y persianas, hasta utensilios de cocina y artículos de limpieza.

El ventanal que miraba a la calle corría por toda la extensión de la pared opuesta a la puerta y se tendía, literalmente, de piso a techo.

Doña Lourdes abrió la puerta corrediza del armario para colocar mi maleta adentro. Me acerqué y dejé la mochila también.

—Mira, Eva, no quería negarte la tranquilidad de tener un lugar al cual llegar, pero te voy a ser muy honesta. Llevo años dando departamentos en renta y muchas veces me he llevado sorpresas bastante desagradables, así que mañana voy a venir con un contrato de un mes; si nos entendemos bien, estarás aquí todo el tiempo que necesites, sino, se acaba el contrato y cada quien sigue con su vida como si nada hubiera pasado —Hizo una pausa, pero no supe si estaba esperando una respuesta.

Sólo a ella | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora