Decimoséptima sesión con el doctor Cantú

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Javiera pega una carrera al ver a Mauricio.

—¡Doctor! —dice con gravedad, haciendo su mejor esfuerzo por interceptarlo a medio camino. Al ver que ha logrado detenerlo, coloca la mano sobre el pecho del doctor, como intentando asegurarse de que no se irá mientras ella recupera el aliento.

—Anoche se armó un escándalo —Se apresura a decir la enfermera, con el mismo énfasis con el que Mauricio le ha escuchado narrar las escenas más emocionantes de su telenovela de las ocho de la noche—. Como sabe, a veces hago doble turno, y aunque anoche le tocaba guardia a Berta, me pidió que la cubriera para que pudiera ir al partido de béisbol de su hijo el mayor.

Mauricio inhala lenta y profundamente, mientras intenta ocultar la impaciencia que esa introducción tan innecesariamente detallada le está ocasionando.

—El caso es que estaba sentada —Javiera se detiene un instante para tomar aire—, leyendo una revista para pasar las horas tan difíciles de la noche, cuando se van asomando los papás de Jaime con un abogado.

«Jaime, el muchacho del accidente con Eva», piensa el doctor, poniéndose más alerta.

—Los señores estaban intentando meter a su abogado a la habitación de Eva, pero uno de los guardias de seguridad los interceptó y los detuvo antes de que llegaran.

—¿Querían que su abogado viera a Eva? —pregunta Mauricio, confundido—. ¿Con qué finalidad?

—Por lo que alcancé a escuchar, querían grabar una confesión.

El doctor se queda callado. Hasta donde sabe, el resultado de la investigación previa que entregó el perito, junto con las declaraciones de algunos testigos, arrojó que Jaime había atravesado la avenida en su patineta muy lejos del paso peatonal, por lo que se había determinado que el accidente no era enteramente culpa de Eva. A pesar de ello, Gustavo se había encargado de que Jaime fuera atendido en una clínica privada muy buena, había pagado todas las cuentas de su tratamiento con excelentes médicos y no había escatimado en cubrir cualquier gasto de los padres del joven durante el tiempo que estuvo hospitalizado.

—No estoy seguro de que lo que intentaban hacer sea legal —dice Mauricio, más para sí mismo que para la enfermera.

—Eso mismo dijo el joven Gustavo cuando llegó.

Mauricio se queda en silencio, presintiendo que Gustavo de los Llanos no debía estar muy contento con el comportamiento de la familia Arceo.

—Josué, el muchacho de seguridad que los detuvo, tiene el número de celular del joven Gustavo, así que le llamó para que viniera inmediatamente. El joven Gustavo no tardó nadita en llegar.

—¿Y luego?

—El joven Gustavo los acompañó gentilmente a la salida, pero no crea que se fueron en silencio, mientras se iban, se la pasaron gritando cosas como el precio de este hospital y la cantidad de noches que la señorita Eva ha estado aquí —Javiera mira detrás de su hombro—. Parando bien la oreja, alcancé a escuchar que el joven Gustavo le contara a Josué que ahora los señores están pidiendo millones de pesos, a pesar de que Jaime ya fue dado de alta y no tendrá secuelas de ninguna de sus lesiones.

—Es la impresión que he tenido de ellos con las historias que he escuchado: que en realidad nunca estuvieron muy preocupados por el estado de salud de su hijo sino que han estado exagerando las cosas a proporciones fuera de la realidad para sacar todo el dinero que puedan en el proceso —Cuando Mauricio se da cuenta que está expresando en voz alta sus pensamientos, se detiene—. Javiera, por lo que más quieras —dice él con tono de urgencia—, no vayas a decirle a nadie lo que acabas de escuchar.

Ella sonríe —No se preocupe, doctor, soy una tumba.

Él asiente, completamente seguro de que para el día siguiente, el hospital entero se habrá enterado de lo que dijo.

Se despide de Javiera y continúa su paso hacia la habitación de su paciente.

Sólo a ella | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora