Última sesión con el doctor Cantú

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Desde el ángulo que le permite la silla de ruedas, Eva examina en silencio cada rincón del despacho del doctor Cantú. A veces fijando la mirada por largos períodos sobre distintos puntos.

—Me pregunto cómo describirás mi oficina cuando le cuentes de ella a Ana, a Sofía o a tu abuela.

—Como un lugar sobrio —Eva lo mira—, serio pero cálido. Me agrada que sus paredes no estén plagadas de diplomas y que su escritorio no parezca un intento de compensación de carencias en otros ámbitos.

Mauricio se ríe mientras abre la carpeta en la que tiene el reporte completo sobre el caso de Eva. Niega con la cabeza. Saca dos papeles y los pone sobre el escritorio. Escribe la fecha en ambos: 12 de julio, los firma y empuja uno de ellos hacia Eva.

—Este documento te da de alta —comienza a decir, recuperando la seriedad de manera casi automática—. El ortopedista y el fisioterapeuta recomiendan que vengas a rehabilitación física tres veces por semana.

Eva asiente.

—Ésta —Mauricio empuja el segundo papel hacia Eva—, es mi recomendación de continuar nuestras sesiones de manera voluntaria. Considero que aún nos queda mucho de qué hablar y estoy convencido de que puedo ayudarte con asuntos como lidiar con el daño que te ha hecho tu familia.

Eva extiende la mano izquierda para tomar ambos papeles, los lee y suspira mientras acerca la mano derecha con cuidado para tomar el otro extremo.

—Gracias por todo, doc.

—Ha sido un verdadero placer, Eva —dice Mauricio.

—¿Le llamo a su asistente para hacer cita en su práctica privada?

—Sí, los datos están en el segundo papel que te di —responde él—: teléfono, dirección y horarios de atención.

Eva asiente —Entonces nos vemos la próxima semana—. ¿Puede llamar a mi limo, por favor?

Mauricio sonríe —Claro que sí.

El doctor empuja la silla de ruedas hasta la puerta y al abrirla, se encuentra con Juan que está desparramado, en la sala de espera, hojeando una revista.

—¿Lista? —Se pone de pie, con muchísima más energía de la que aparentaba tener instantes atrás—. ¿Ya eres libre?

Eva asiente.

—¡Bendito sea Dios! —Se acerca, toma el control de la silla de ruedas sin saludar a Mauricio, como si éste no estuviera ahí y comienza a conducir a Eva hacia su habitación—. ¡Vámonos a empacar tus maletas!

Mauricio se encoge de hombros cuando Eva lo mira, ambos sonríen.

Sólo a ella | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora