Undécima sesión con el doctor Cantú

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Mauricio camina en pequeños círculos mientras espera que el doctor Barrera salga de su consultorio; lleva treinta minutos ahí, pero no considera que sea tiempo desperdiciado.

Mas o menos quince minutos después, un hombre de mediana edad, canoso, de estatura baja, sale del consultorio.

—¡Mau! —dice el doctor con alegría, estrecha su mano con gran camaradería y le pregunta amablemente—. ¿En qué te puedo ayudar?

—Entiendo que estabas de guardia la noche en que los paramédicos trajeron a Eva de los Llanos —comienza Mauricio, estrechando la mano del doctor pero sin encandilarse en ninguna clase de preámbulo.

—Así es, estaba atendiendo a un paciente que se había caído de una escalera retráctil por la tarde y había esperado hasta que el dolor pudo más que su desidia; estaba comenzando a confeccionar el yeso de su brazo cuando me llamaron para ver a Eva. Tuve que dejar a un interno a cargo de terminar el yeso, porque Eva estaba en muy mal estado.

Mauricio asiente, imaginando la escena, incluso suponiendo que el interno no hizo un buen trabajo con el yeso del paciente.

—¿Vinieron sus padres esa noche?

—No. Su hermano Gustavo fue el único. Una chica estuvo en la sala de espera durante la madrugada con él, pero no recuerdo su nombre. Sus papás no vinieron esa noche y hasta donde sé, no han venido a verla. Sus hermanas se asomaron una tarde a preguntar por ella, su estado general y mis cálculos del tiempo de recuperación, pero cuando les ofrecí llevarlas a verla, una de ellas se negó rotundamente —el doctor Barrera hace una mueca de disgusto—. La otra hermana parecía tener dudas, algo me decía que ella sí quería verla, pero después de unos minutos de debate con su gemela, terminó por decir que no.

Mauricio suspira, se queda en silencio imaginando también esa escena; por la breve descripción que ha tenido de las gemelas De los Llanos, supone que Renata había sido la hermana con dudas y Romina había sido la de la negativa rotunda.

—¿Ha venido alguien más? ¿Algún amigo? ¿Algún pariente?

—El muchacho viene todos los días —El doctor Barrera hace una pausa, se toca el mentón brevemente, luego truena los dedos en el aire—. ¡Camilo! Pero Gustavo ha dado instrucciones muy específicas, y supongo que generosas propinas también, a los guardias de seguridad y los enfermeros para que no lo dejen pasar bajo ninguna circunstancia.

Mauricio permanece en silencio.

—No importa a qué hora del día se aparezca el muchacho, siempre hay alguien pendiente para detenerlo, por eso supongo que tiene que haber alguna motivación financiera. Ambos sabemos que la eficiencia no es una cualidad muy común por estos pasillos.

Mauricio asiente, empuja sus lentes hasta el tope de su tabique y hace un sonido de inconformidad con la lengua entre los dientes.

—Las enfermeras también me dicen que solamente Gustavo y Ana vienen a verla. ¿Crees que haya alguna posibilidad de que él esté impidiéndole el acceso a alguien más?

—No —El doctor Barrera mueve la cabeza de un lado a otro—. Por lo que pude ver en mi interacción con él, Gustavo culpa al muchacho de lo sucedido, a nadie más.

—Gracias —dice Mauricio, estrechando la mano del doctor antes de marcharse.

Cuando entra a la habitación de Eva, puede notar enseguida que a ella le alegra verlo, pero también que está un poco nerviosa.

—¿Cómo te sientes hoy? —pregunta mientras acerca la silla.

—Igual que siempre —responde Eva, con aparente desinterés por su estado físico. Después de una pausa larga, se anima a preguntar lo que está en su mente—. Doc, ¿es usted religioso?

—No —responde él sin titubear.

—¿Tradicionalista?

—Quizás un poco —Él inclina un poco la cabeza primero hacia un lado y luego hacia el otro.

—¿Puritano?

—¡Eso nunca! —Se apresura a aclarar—. Y gracias por la entrevista, pero estoy aquí para hablar de ti.

—No lo tome a mal, doc, pero quiero saber a qué estoy a punto de enfrentarme, porque voy a contarle un episodio de mi vida que solamente sabe una persona más.

—No estoy aquí para juzgarte, Eva —Mauricio empuja sus lentes hacia arriba con su dedo índice, mientras sus otros dedos sostienen su bolígrafo—. Mis creencias nunca determinan mis decisiones profesionales.

—Sí, doc, pero algo que he aprendido a base de golpes, es que: sin importar cuán profesional sea o cuánto sepa, su título no le quita lo humano; y los humanos tendemos a dejarnos dominar por nuestras emociones —Eva hace una mueca—. El pasado que cargamos a cuestas termina influyendo en la opinión que nos formamos sobre otras personas.

Mauricio se aclara la garganta.

Eva sonríe sin humor.

—Si te sirve de algo —responde él—, nunca he sido religioso, conozco las tradiciones pero no necesariamente las sigo, y mis padres son hippies de corazón.

—No quiero desviarme mucho de la historia, prometo retomarla donde la habíamos dejado, pero primero déjeme contarle sobre Ana; por qué es importante para mí y sobre los acontecimientos que vivimos en una fiesta. Le aseguro que eso tendrá peso más adelante en la historia.

Mauricio asiente sin decir nada.

Sólo a ella | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora