Capítulo 13: Doña Lourdes y sus lentes bifocales

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Cuando abrí los ojos, el radio despertador decía que eran las ocho de la mañana. Tardé un poco en recordar en dónde estaba, pero cuando lo hice, el corazón se me aceleró; abrí la persiana y observé la ciudad desde el ventanal.

El sol había salido; rayos dorados se derramaban sobre la nieve, haciéndola brillar intensamente como millones de diminutos diamantes. Encendí el televisor; el canal del clima decía que hacía menos dieciocho grados centígrados, pero la sensación térmica era de menos veintidós.

Cualquier persona racional en mi lugar, hubiera decidido quedarse en la comodidad que proveía el excelente sistema de calefacción del departamento; pero a estas alturas usted ya sabe que nunca me he distinguido por ser una persona racional.

Me carcomían las ganas de salir a conocer la ciudad, así que saqué el mapa de la ciudad que había comprado en el minisúper la tarde anterior y localicé algunos edificios emblemáticos que tenía ganas de conocer.

Tomé una ducha, luego me sequé el cabello a consciencia porque tampoco era tan irracional como para arriesgarme a salir a la calle con el cabello húmedo, y me vestí, con tiempo de sobra para esperar la llegada de doña Lourdes.

A las diez en punto, tocaron a la puerta. La mujer no se esforzó ni un poquito en disimular su sorpresa al encontrarme lista para salir.

—Buenos días. ¿Cómo dormiste? ¿Tienes hambre? Estaba pensando que sería mejor que vengas a mi departamento para ver lo del contrato; así te invito a desayunar y platicamos un poco —dijo sin darme oportunidad de responder.

—Buenos días —dije mientras comenzaba a seguirla.

—¿Y por qué tan vestidita? ¿Tienes prisa? ¿Tienes cosas que hacer? ¿Ya mañana comienzas la escuela?

—Comienzo el miércoles, pero mañana nos darán un recorrido por las instalaciones.

Doña Lourdes caminaba con la misma prisa con la que hablaba, sin percatarse siquiera si la seguía de cerca o no.

—¿Y qué te trajo tan lejos? ¿Cómo es que tus papás te dejaron venir solita? Tienes pinta de niña de casa.

Uy, esa era una expresión nunca me había gustado: «niña de casa­», pero decidí contestar sin reparar demasiado en las minucias del uso del idioma.

—Vine porque la universidad ofrece asignaturas que en México no se consideran necesarias pero que a mí me interesan mucho; como la edificación sustentable —Estábamos ya entrando a su departamento; doña Lourdes pasó directo a la cocina y comenzó a poner sartenes sobre la estufa—, que es construir pensando en la conservación del ambiente —Para entonces había perdido su atención.

—Siéntate. Voy a hacer omelettes. ¿Te gustan las espinacas? ¿Comes picante? No eres alérgica a nada, ¿verdad? —Puso un poco de mantequilla en una de las sartenes, encendió el extractor de la campana de cocina y sacó varios ingredientes del refrigerador.

—No —Fue lo único que atiné a responder.

—¿No te gustan las espinacas, no comes picante o no eres alérgica?

—No soy alérgica.

Ella ya estaba batiendo ligeramente los huevos con la leche, comenzando a condimentarlos en el proceso, así que no vi necesidad de responder a sus otras preguntas.

—¿Y por qué escogiste Toronto? ¿Cómo reaccionaron tus papás cuando les dijiste que querías venir tan lejos? ¿No te da miedo estudiar en otro idioma? —Doña Lourdes echó la mezcla sobre la sartén y luego levantó la mirada, clavando sus ojos en los míos.

—No, no me da miedo —Tomé el contenedor de jugo de naranja que estaba sobre la encimera y serví un poco en cada vaso que doña Lourdes acababa de bajar de la alacena.

Luego tomé los cubiertos y los coloqué en la mesa.

—Eres la primera jovencita de Mérida que conozco. Por lo general viene gente de Monterrey; algunas veces viene gente de la Ciudad de México o de Guadalajara, pero nunca había conocido a una yucateca que viniera por aquí.

No supe si tomarlo como ofensa, pero sospechaba que la señora estaba intentando hacerme un cumplido por ser una «yucateca valiente».

Doña Lourdes salió de la cocina con ambos platos. Tomó asiento después de colocarlos sobre la mesa, y estaba dispuesta a comenzar a desayunar, cuando notó que mis manos estaban entrelazadas. Se detuvo, posó sus codos sobre la mesa y cruzó los dedos, imitándome.

Yo no había reparado en mi postura, pero al verla, cerré los ojos por inercia, bajé la cabeza y escuché las palabras de mi papá salir por mi boca:

—Gracias, Señor, por los alimentos que estamos a punto de recibir; bendice a los que tienen menos y dale a los que no tienen nada qué comer. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén —Me dibujé una cruz sobre el pecho y abrí los ojos para encontrar a doña Lourdes haciendo lo mismo, con los ojos cerrados.

—Me alegra ver que te han criado bien —dijo cuando abrió los ojos—. No creo que vayamos a tener ningún problema —Tomó sus cubiertos y comenzó a desayunar.

Hice lo mismo.

Algunos minutos se fueron en silencio.

—¿Ya le avisaste a tu mamá que llegaste bien?

Asentí.

—¿Qué tarjeta telefónica compraste? Lee bien de las letras pequeñas porque hay algunas que vencen una semana después del primer uso, pero hay otras que aguantan un mes o incluso más. Mi preferida es Pachanga Latina, he usado Coco-Mex, HolAmigo y VivaPhone pero ninguna me da tantos minutos como Pachanga Latina. Eso sí, tienes que ver la tabla de costo por minuto a Mérida porque es distinto para el Distrito...

El teléfono comenzó a sonar y nunca me alegré tanto de que una conversación fuese interrumpida. Doña Lourdes se puso de pie rápidamente. No puse atención a su conversación, pero su lenguaje corporal delató que tendría que irse pronto.

Di gracias a todos los santos, segura de que alguno había respondido a mis plegarias silenciosas y me apresuré a terminar mi desayuno.

Cuando la mujer regresó a la mesa, yo ya había recogido su plato y el mío y los había llevado a la cocina.

—Tengo que irme pronto. Gracias por recoger la mesa. Déjame traer el contrato —dijo mientras se dirigía a su habitación.

Doña Lourdes regresó a la mesa, se puso unos lentes bifocales graciosísimos, levantó la cara y bajó los ojos mientras estiraba el brazo para mantener el contrato tan lejos como le fuera posible.

—A ver... sí, éste es el de un mes —Dejó el papel sobre la mesa y lo empujó hacia mí junto con un bolígrafo.

Leí las primeras dos líneas, luego me salté hasta el último párrafo, lo leí a prisa, firmé y le devolví ambos. Después, le entregué el dinero correspondiente a la renta del primer mes.

—¡Perfecto! —Se puso de pie—. Si todo sale bien, nos vemos en un mes para firmar el contrato por los siguientes once —Doña Lourdes entró a su habitación. La escuché revolver el contenido de un cajón; al regresar al comedor, sostenía un papel más pequeño en la mano—. Aquí está tu recibo.

—Muchas gracias —dije—. Gracias también por el desayuno, estuvo muy rico.

—No tienes nada que agradecer. Qué bueno que tuvimos oportunidad de platicar. Disculpa que me vaya con tantas prisas, ya luego platicaremos más.

—Nos vemos —dije y salí de ahí casi corriendo.

Sólo a ella | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora