Capítulo 42: Trapeando las banquetas

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El día en que presenté mi último examen final, Sofía pasó por mí a la universidad para irnos juntas a Celestún. Sus exámenes habían acabado varios días antes y ahora solamente le quedaba esperar a tener sus resultados para comenzar a tramitar su titulación.

Me entristecía la idea de verla partir, pero una parte de mí se sentía aliviada de saber que haría su vida lejos del caos que me rodeaba. No quería que mis problemas con Camilo y mi familia terminasen por alcanzarla y arruinarle la vida. Hubiera bastado una sospecha mínima por parte del padre Molina para manchar su expediente y arruinar sus posibilidades de conseguir trabajo en Mérida.

El viaje a Celestún había sido idea mía, quería ir al faro en el que nos habíamos dado nuestro primer beso y cerrar nuestra historia en el lugar en el que había comenzado.

En mi cabeza, aquella era una despedida digna para una historia que quizás pudo haber sido de amor pero nunca logró concretarse porque las circunstancias no lo habían permitido.

Conversamos, nos reímos y nos besamos mucho, como si fuese un día perfectamente normal; como si no fuera la última vez que nos veríamos.

Cuando el sol comenzó a caer, Sofía miró hacia el horizonte.

—No voy a regresar a Aguascalientes —dijo, volteando hacia mí, pero no pude distinguir sus ojos detrás de sus enormes gafas de sol.

El pulso se me aceleró tanto por emoción como por miedo. Si se quedaba, nada me garantizaba que los chismes no la alcanzaran eventualmente.

—¿Y eso? ¿Qué pasó? —pregunté, ocultando la alegría y dejando únicamente la preocupación a flote.

Mi reflejo distorsionado en sus gafas, hacía que mi nariz pareciese gigantesca.

—No había querido decírtelo, porque no quería que sintieras ninguna clase de presión, pero terminé con Víctor durante las vacaciones de Semana Santa. Descubrí que no estoy enamorada de él y que esto que nos estábamos haciendo mutuamente no es, al menos para mí, el modo ideal de construir un matrimonio.

Asentí, controlando mis impulsos que dictaban que la tomara entre mis brazos y le confesara que hacía mucho venía deseando que terminara con esa relación.

—Le he dado muchas vueltas en mi cabeza —Continuó—; y quiero quedarme, encontrar trabajo... seguir viéndote, si tú quieres.

Sofía volteó hacia el horizonte nuevamente.

—No puedes quedarte aquí por mí —dije, intentando disfrazar mi tristeza detrás de indiferencia.

—¿Por qué no? —Volteó hacia mí otra vez.

—Porque mi vida es un caos, porque estoy metida en un hoyo del cual no sé cómo salir —respondí, intentando asustarla—. Ahorita no tengo cabeza para otra cosa que no sea para componer lo que Camilo destruyó... no tengo tiempo para una relación.

Ella asintió en silencio. Después de unos instantes, dijo con un tono perfectamente equilibrado:

—No entiendo por qué crees que necesitas estar sola para sobrevivir a este lío en el que te metió Camilo.

La tranquilidad de Sofía nunca dejaba de sorprenderme. Su facilidad para permanecer emocionalmente estable y explicar con palabras certeras su pensar, me parecía fascinante.

—La realidad es que no quiero algo serio —Mentí, porque sentía que era el último recurso que me quedaba—. Teníamos un trato desde el principio y yo lo he respetado al pie de la letra —Me escuché decir, sin siquiera planearlo—. Nunca esperé que terminaras con Víctor, mucho menos que decidieras quedarte.

Pasamos algunos minutos en silencio.

—¿Sigues enamorada de Hope? —preguntó Sofía, tan directa como le encantaba ser, pero sin rastro de rencor en la voz.

—Sí —Mentí más.

Estaba enamorada de ella, quería estar con ella. Antes de que Camilo nos descubriera, había estado deseando secretamente que se quedara al terminar su carrera; soñando con la oportunidad de tenerla más tiempo en mi vida.

Pero ahora no tenía nada para ofrecerle: mi corazón estaba destrozado, mi mente estaba ocupada intentando resolver mi futuro y mi tiempo sería consumido entre la escuela y el trabajo que tendría que conseguir, cuanto antes, si quería continuar pagando mi carrera.

—Pensé que ya la habías superado —dijo Sofía después de un rato.

—Lo siento —respondí, con los ojos clavados en el mar, no podía reunir el valor suficiente para intentar mirarla.

—Entiendo —Sofía suspiró—. Lamento haber asumido que querías algo más. ¿Regresamos a Mérida?

Asentí.

En el camino de regreso, mantuvimos una conversación superficial: sin chistes, sin citas de películas o libros, sin miradas coquetas ni guiños; fue únicamente una formalidad para no caer en el silencio absoluto.

Al dejarme en la puerta de la casa de la abuela Margarita, Sofía me miró y entonces habló con la misma tranquilidad con la que expresaba todo lo que pasaba por su mente.

—Escucha Eva, me voy a quedar. Lo que siento por ti no desaparece por arte de magia porque tú no sientas lo mismo.

No respondí, pero el corazón se me derritió. Sentía más ganas que nunca de lanzarme hacia sus brazos; hacia sus labios.

—Pero no me queda más remedio que respetar tus deseos —dijo—. Tienes razón, teníamos un trato, así que no debí esperar más de ti que eso.

Suspiró. Yo no me atreví a respirar.

—Resuelve tus cosas, Eva. Sal del hoyo en el que sientes que estás y si decides que quieres intentarlo, búscame. Aquí voy a estar. Estoy completamente enamorada de ti.

Sus ojos eran honestos y buscaban leer mis reacciones a pesar de mis intentos de ocultar los míos.

—No me importa esperar el tiempo que sea, Eva. Semanas, meses... porque tú vales la pena.

Asentí en silencio. Luego, con con toda la frialdad que pude encontrar en mi corazón, bajé de su auto sin volver a mirarla y entré a la casa de mi abuela.

El resto de esa noche y el sábado entero, no pude hacer otra cosa que pensar en ella. Pensé en las risas y en lo llevaderos que eran mis días desde que la conocí; pensé en su honestidad y en su elocuencia; pensé en esa madurez que le envidiaba y en la claridad con la cual veía las cosas. Y sí, también pensé en lo hermosa que era.

Sin necesidad de pedirlo, Sofía me había entregado todo lo que había soñado recibir de Hope y más. Me lo había dado a manos llenas, sin reservas, sin esfuerzo y yo lo había tomado, disfrutándolo profundamente. Por supuesto que me había enamorado de ella, muy a pesar de la promesa ridícula que nos habíamos hecho la noche en que nos conocimos. Pero mi mente me advertía que comenzar algo con ella, dadas las circunstancias, sería egoísta e irresponsable de mi parte.

El domingo, mi abuela había invitado a Ana a desayunar. Tardamos más en tomar asiento que en que mi abuela decidiera hacerme una intervención de una índole muy distinta a la que me habían hecho mis padres.

—¿Por has estado trapeando las banquetas desde el viernes? —preguntó— ¿Y cómo es que ayer no saliste con la chica esa tan guapa que te ha traído un par de veces a la casa?

Encogí los hombros sin decir palabra.

—Ni gastes saliva en intentar negarlo —Se unió Ana—. Yo estaba esperando a que estuviéramos a solas para preguntarte qué te pasa. Se te puede ver la tristeza a kilómetros.

—De verdad que con ustedes no se puede —dije, exasperada, negando con la cabeza.

Suspiré y, muy en contra de mi voluntad, comencé a contarles lo que había sucedido con Sofía.

Sólo a ella | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora