Capítulo 39: Intervención a gran escala

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Al día siguiente, cuando llegué a clases, mis compañeros se quedaron en silencio repentinamente. Durante los cincuenta minutos que duró el módulo, sentí sus miradas sobre mí, escuchaba murmullos pero no lograba identificar lo que decían.

El segundo módulo fue con compañeros distintos, pero la escena se repitió al pie de la letra. Aquello no me estaba gustando nadita.

«Ay, Camilo... ¿qué hiciste?», pensé.

Más tarde, en la cafetería, los amigos de Camilo se comportaron más groseros que de costumbre. Algunos hicieron muecas, otros se reían mientras me miraban, los más atrevidos, me señalaban abiertamente.

Sentí como si estuviera de regreso en la secundaria, con la gran diferencia de ahora ser el objeto de burla en lugar de una espectadora silenciosa.

Ignorar al grupo de amigos de Camilo resultó fácil, casi natural; tenía maestría en lidiar con ellos después de cuatro años de aguantarlos a la fuerza. Lo que me tomó desprevenida fue que mi grupo de trabajo de la clase de Coordinación de proyectos y obras se quedase también en completo silencio cuando llegué a la reunión de esa tarde.

—¿Alguien va a tener la decencia de decirme qué les pasa? —pregunté.

Uno a uno, fui mirando a los cinco miembros del equipo pero bajaron la cabeza sin decir nada.

—Ya no te queremos en el equipo —dijo finalmente Eduardo, con la voz apenas audible y mirándome sólo por un instante antes de volver a bajar la cara.

Yo estaba atónita.

—Vamos a hablar con el profesor para que te ponga en otro equipo.

—¿Por qué? —pregunté, aunque sabía la respuesta—. Hemos estado trabajando bien durante semanas.

Nadie quería responder.

—No... —Eduardo no pudo continuar su oración.

—No queremos tener a una tortillera en nuestro equipo —intervino Silvana, usando un tono cruel que había provocado que mis tripas se hiciesen nudo. Su mirada me decía que disfrutaba cada palabra hiriente que salía de su boca—. No comulgamos con tu estilo de vida de desvíos y excesos.

No respondí. La idea tardó unos segundos en tocar fondo: Camilo se había encargado de que toda la universidad se enterase de lo que vio.

Salí corriendo del área de estudio. Mientras caminaba por los pasillos, recibía mas y mas de esas miradas acusadoras, incluso de personas que solamente conocía de vista.

Salí al área verde del edificio de ingeniería. Di algunas vueltas en silencio, intentando recuperar el aliento. Me llevé las manos a la cabeza. Sentí mi estómago revolverse.

Ana llegó corriendo.

—¡Te he estado buscando! —dijo, tan agitada como yo.

—Fue Camilo, ¿verdad?

Ella asintió, tocándose el lado derecho del abdomen.

«Dolor de caballo», pensé, y la dejé hacer su proceso de respiración.

Mientras tanto, di rienda suelta a mis pensamientos, intentando comprender qué era lo que Camilo pretendía lograr.

Intenté ponerme en sus zapatos, pensar como él, pero las respuestas que que venían a mi mente carecían de lógica: ¿Quería que la presión social me llevase corriendo de vuelta a sus brazos? ¿Que ninguna chica quisiera acercarse a mí por miedo a ser señalada? ¿O acaso pensaba que el rechazo del cuerpo estudiantil entero me obligaría a replantear mi orientación sexual?

Sólo a ella | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora