26. Las vueltas del destino.

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Leah

— ¿Qué pasa, mi amor? – escucho esa frase por tercera vez, pero sigo sumergida en las palabras que soltó hace unos días.

— ¿Hijos? No si puedo evitarlo. Y lo he evitado todos estos años, así que no.

Me siento como una estúpida. No debería de pensar en eso, no cuando ha pasado poco tiempo y ni siquiera me imagino con un hijo en estas instancias. Pero, sus palabras me llenaron la cabeza de dudas.

No si puedo evitarlo ¿Cuánto tiempo es eso? ¿Por siempre? Sé que no debería ser obligado a convertirse en padre.

Así como tú tampoco debes obligarte a alguien que no quiere hijos. No cuando tú si los quieres.

— ¿Leah?

— ¿Si?

— ¿Te pasa algo?

— No, nada de nada. – digo, frotando mis ojos. Debo sacar estos pensamientos de mi cabeza.

— ¿Estás segura? Puedes decirme lo que quieras...

Su mano toca mi mejilla y cierro los ojos para disfrutar la caricia. Dios, estoy tan enamorada de este hombre.

Tanto que asusta.

— Estoy bien... No es nada, en serio.

Me mira con desconfianza por unos segundos. Luego, me toma del brazo y vuelve a posarme en su pecho.

— ¿Te he dicho lo que hermosa que te ves cuando despiertas? – deja un casto beso en mi labios.

— Probablemente. Peroooo, no lo recuerdo.

— ¿Con qué no lo recuerda, señorita Banner? – se me lanza encima y comienza a dejar castos besos por mi cuello y mejillas.

— Lamentablemente no. – sonrío ante sus caricias. – ¿Podría recordármelo, mi Lord?

— Te ves hermosa, majestuosa y sexy cuando despiertas. – dice, mirándome a los ojos.

— ¿Solo cuando despierto?

— No. Todos los días, cuando despiertas y cuando te vas a acostar. Eres perfecta, en todos los sentidos Leah.

— Pero, la perfección es aburrida.

— No cuando se trata de ti. – deja un beso en mi labios, que incremento, agarrándolo de las mejillas.

No quiero sacar el tema a la mesa. Sé que no es necesario y no debería estarlo pensando una y otra vez. También sé, que quizás lo hago porque no creo que mi relación con Tom sea algo pasajero. Por lo menos no para mí.

...

— Señor Wallace, muy buenos días. La señora Walters lo está esperando. – hago pasar a nuestro cliente a la oficina de Fabiola. Si, ahora debo llamarla así, porque no quiere relaciones de poder.

Un joven tímido de no más de 22 años entra al despacho y se sienta en el sofá individual que está justo al frente del escritorio de Fabiola. Me siento a su lado y saco mi libreta, para tomar apuntes.

— Señor Wallace, lo citamos porque en la llamada dijo que tenía algo muy importante que decir, algo que podría cambiar el rumbo del juicio. – Fabiola le habla seriamente y el joven se incómoda.

— Puedes tomarte tu tiempo. – agrego, con una sonrisa.

El joven se acomoda en su lugar. Luego, toma su bolso y saca una carpeta de color negro. Miro a Fabiola con el ceño fruncido, pero ella me mira con sus ojos brillantes, como si hubiese encontrado el tesoro más importante del mundo.

Que la ley nos ampare | Tom Hiddleston [LIBRO 1] ✓ (En Edición).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora