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Agustín
01 de Marzo, 2015. Buenos Aires, Argentina
Vivo con mi familia en una pequeña cuidad cerca de la capiral, es un lugar tranquilo así que rara vez salimos en los noticieros. Si no fuera porque asisto a clases de teatro a unas cuadras de mi hogar y que voy a casa de mi mejor amiga, Pamela, estaría sumamente aburrido. Los días en mi hogar suelen ser bastante tranquilos, Tomas, mi hermano mayor, de 19 años sale temprano a trabajar en una librería y vuelve a la noche (a menos que se quede a dormir en casa de su novia), Joaquin, mi hermanastro, pasa todo el día en su habitación con sus libretas y auriculares, él es más chico que yo, tiene 14 años y yo 17 mientras tanto mi medio hermano, él menor de todos, tiene 10 años y siempre está haciendo travesuras (como cualquier otro niño de 10 años). Mi madre se llama Andrea, es enfermera y muy alta y mi padrastro se llama Jorge, el no tiene un trabajo fijo pues no le gusta tener patrón, hace changas y debes en cuando le trae rosas a mamá y algún juguete a Alexander. Este año curso quinto año lo que significa que tendré que juntar dinero para el año que viene, las fiestas lamentablemente no se pagaran solas. Mi viaje de egresados ya esta casi pago (lo venimos pagando desde cuarto). No veo la hora de ir a Bariloche con mi mejor amiga y mis compañeros, un viaje lejos de la familia no me viene nada mal.
Preparo mi ropa sobre mi cama antes de ir a ducharme, me aseguro que mi pelo medianamente largo y castaño (al igual que mis ojos) quede bien limpio, antes de salir acomodo mi pelo frente al espejo y sonrió ante un buen trabajo, me cambio y bajo a desayunar, al ser domingo no hay mucho que comer pero no me importa la verdad. Desde hace días que no quiero comer, ocurre que mi mamá me pidió guardar un secreto, uno muy grande y que afecta mucho a nuestra familia. Yo no estoy del todo de acuerdo pero ella sabe lo que es mejor para la familia. O al menos eso espero. Termino de desayunar y me quedo jugando con Alexander un rato. Al ver la hora en la televisión del comedor comencé a correr, me había olvidado mis clases, estaba a unas diez cuadras de mi destino y solo tenia cinco minutos para llegar y no ser regañado (nuevamente) por mi profesor de teatro, el señor Oliver, él era un tipo alto y delgado, con manos huesudas y pómulos bien marcados, su pelo grasoso y negro caía sobre su frente y su entre cejo siempre estaba fruncido, no era alguien a quien le gustara mucho esperar y menos si se trataba de su clase o peor aun de una presentación. Mientras corría llamé a Pamela, mi mejor amiga, y le pedí que distrajera al profesor en lo que yo llegaba. Para mi fortuna ella me dijo que no era necesario pues, al igual que yo, Oliver estaba atrasado. Guarde el celular y tomé un atajo. De no ir con prisas me hubiera llamado la atención que él, siendo el rey indiscutido de la puntualidad, se haya atrasado pero al ir en una carrera contra el tiempo aquel detalle abandonó mi mente tan rápido como llegó.
Lejos de lo que podría parecer, mi condición física era bastante buena. No contaba con mucha musculatura pero era bastante veloz, resistente y ágil lo cual me jugaba a favor para esquivar a la gente y los obstáculos que se me cruzaban mientras avanzaba. Cuando estuve frente a mi destino vi la clara ausencia del auto de mi profesor y las bicicletas de mis compañeros encadenadas al poste de luz. Respire hondo, acomodé mi ropa y pelo y luego, ya más tranquilo, abrí la puerta lentamente.