East Harlem

6 1 0
                                    

Elizabeth

Deambulo si ningún tipo de rumbo por las calles. ¿Dónde estoy? No recuerdo absolutamente nada de este sitio. Aunque tampoco es que saliera mucho de casa cuando era pequeña. Los pies me arden de caminar, y en esta zona hace mucho más frío, incluso hay nieve en el pavimento, haciendo que sea mucho más difícil caminar.

Las seis y media, y aún no he probado bocado. Tengo que encontrar un lugar para comer algo, y quizás para dormir. ¿Qué haces aquí, Elizabeth? ¿Qué estupidez has cometido?

Quieres olvidar. Ir a tu casa hubiese sido la peor decisión. Habrías acabado como él. Responde mi subconsciente, en voz baja. Exacto, quiero olvidar. Papá me ha llamado unas mil veces, pero no puedo responderle. ¿Qué pensará de mí después de haber desaparecido de casa por la muerte de Alexander? Papá lo quería mucho, como si fuese un hijo.

Todos le queríamos mucho...

No lloro. No puedo. Después de cinco horas seguidas de llanto incontrolable apenas puedo hablar. Mi cuerpo está seco por dentro, al igual que mi alma. ¿Y yo pensaba que antes tenía un trauma? Esto es mil veces peor. He revivido cada uno de mis recuerdos como si fuese una actuación, recordándome cada detalle.

Me abrazo a mi misma. Grupos de niños vienen y van con gracia, jugando a la pelota o a la cuerda; otras personas, bastante más mayores, pasean y charlan disfrutando del atardecer.

El ambiente es agradable, aunque preferiría estar en otro lado, no en este pozo de malos recuerdos como mismamente lo es Cambridge. Subo unas pequeñas escaleras, llegando a otra calle distinta, dejándome con la boca abierta. Desde lo alto se puede ver Nueva York a lo lejos: cientos de luces y rascacielos apilados uno al lado del otro. Incluso juraría que puede verse los reflejos de las pantallas Led del Times Square.

Entre vistazo y vistazo observo una pequeña cafetería. Ahí podré comer algo. Las luces pasan a través de las enormes cristaleras que cubren todo el largo de la pared, dejando una pequeña porción de pared, pintarrajeada con grafitis de colores vivos como el verde o azul cielo. Echo un vistazo desde el exterior. No hay casi nadie, simplemente algunas personas, de todas estás todos son hombres, excepto una chica; la camarera.

Vamos Elizabeth, déjate de miedos. Entra ahí y come algo caliente o quédate fuera como una cobarde y morir de frío y hambre.

Empujo la puerta de cristal tras unos segundos de valoración. Nunca he hecho algo como esto. Aparte de haberme alejado de casa, tampoco he entrado nunca sola a un bar que ya no hubiese ido con mis padres, o estar en una calle desconocida, guiándome por mis instintos. Escucho el tintineo de la campana al abrir la puerta. La gente ni se inmuta, sigue hablando y bebiendo sin ni siquiera prestarme atención. Genial. Le echo un vistazo rápido al local; madera. Madera hasta donde mis ojos me permiten ver: suelos, paredes, mesas, sillas...

Me acerco a la barra y me siento en uno de los taburetes. Soy la única que está aquí sentada, y en cierta forma lo agradezco. La camarera me da una sonrisa.

—¿Qué te sirvo? —miro a la pizarra negra que está colgada en su pared.

—Una sopa de verduras, y una ración de papas fritas con pollo —lo anota todo y asiente. Está a punto de irse, pero la detengo, pidiendo mi última orden —y un daiquiri de fresa, por favor.

Una de las bebidas que probé en la fiesta. Necesito alcohol para aliviar mis emociones.

Alza una ceja, pero no dice absolutamente nada. Le deja el comando clavado en una de las chinchetas de la rueda giratoria que hay pegada la ventana de la cocina. En un milésima de segundo, una mano recoge el pedido mientras la chica prepara la bebida.

Mi Ángel II "No te alejes de mi lado"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora