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Sus manos caen en mi cintura llevándome por la pista con la misma maestría con la que me estaba llevando el teniente. No estaba preparada para esto. Este no era el plan. Pienso que en cualquier momento me reconocerá y me llevará con él haciendo realidad todos mis miedos. Pero el tiempo pasa y continúa con la mirada perdida en el resto de la gente. Ni siquiera se ha dado cuenta de quién es su nueva compañera de baile. Parece...distante, aburrido.

Siento que he estado conteniendo el aliento desde el momento en el que caí en sus brazos. Como si algo invisible me apretara el pecho dejándome sin aire. Los latidos de mi corazón retumbando en mis oídos mientras los sonidos de la música se intensifican. Su olor me envuelve trayendo consigo los últimos recuerdos de nuestra noche en el refugio. Me suelta brevemente para hacerme girar sobre mí misma, y volviendo tras unos breves segundos a sus manos mientras la vertiginosa melodía embota mis sentidos. Uno, dos, tres...cuento para tranquilizar mis latidos.

Debería contenerme. Debería seguir el plan y apartarme cuanto antes, volviendo al teniente que ahora se ha perdido entre la multitud de cuerpos que hay en la pista de baile. El siguiente cambio de pareja se acerca y yo no puedo evitar que las palabras salgan de mis boca.

—Estás vivo.

No es una pregunta. Ya me lo había dicho Morgan, pero verlo con mis propios ojos era otra cosa. El peso de la conciencia por mis actos se aligera tras constatar físicamente que sigue con vida, tras volver a tocarle y sentir su cuerpo acompasado con el mío.

Su mirada por fin cae en mí, apretando el agarre sobre mi cintura con la sorpresa escrita en su expresión velada por la máscara de color blanco que le cubre la mitad del rostro. Primero confusión; tratando de resolver el misterio de una voz que conoce en el cuerpo de una chica que ha cambiado con el disfraz y el pelo teñido. Luego algo parecido al pánico pasa por sus ojos cuando se da cuenta de que me sostiene contra él.

—Lina. —Mi nombre ha salido de sus labios como si escuchar mi voz fuese un sueño hecho realidad. O tal vez una pesadilla.

Nos quedamos así unos segundos. Con la mirada perdida del uno en el otro. Las palabras quedan ahogadas por la música y la tensión del reencuentro. Sus manos se hunden en mi carne, dejando la marca de sus huellas, produciéndome un dolor atenuado por las emociones del momento. El dolor físico es una vaga sensación en comparación con el remolino emocional de daño que me produce verle. Pero hay algo más: mis sentimientos de traición mezclados con el recuerdo de sus labios antes de clavarle el puñal.

—Tu pelo...

—¿Te gusta? —le pregunto con un tono neutro.

Sus manos aflojan la presión sobre mi cintura y pasa a seguir la melodía a un ritmo más lento mientras me observa con detenimiento.

—¿Qué haces aquí?

Me intento sobreponer rápidamente. Ocultando mis emociones de las viejas heridas que creía sanadas. No contesto a su pregunta, siguiendo sus pasos y mostrándome hermética hacia el peso de su visión. Lleva puesto un disfraz del fantasma de la ópera. Un elegante traje con chaleco que realza su figura. Creo que nunca le había visto vestir tan elegante. Siempre le ha gustado llevar camisetas básicas y su chaqueta de cuero negro para montar en la moto con comodidad. Pero la versión de este Mario es impresionante para la vista de cualquiera. De hecho, no me pasan desapercibidas las miradas que le dirigen las mujeres de la pista, y sé que él es plenamente consciente de la impresión que causa.

Su pajarita tiene un aspecto desarreglado, y le conozco lo suficiente como para intuir que no ha sabido ponérsela por la falta de uso de este tipo de atuendos. No puedo evitar soltar sus hombros para dirigir mis manos a su cuello y arreglarla. Él contiene la respiración cuando mis dedos rozan su piel.

Cuando me encuentres (II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora