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Algo debía de estar muy mal conmigo. Con mi cabeza. Porque sí, estaba absorta en la forma en la que ese hombre, que emanaba peligro por todos los poros de su piel, llevaba a todos los presentes en aquella sala a someterse a sus palabras. Nunca había visto a nadie ostentar tanto poder con tan solo su presencia. Y mientras la violencia de sus palabras mantenían a todos tensos en sus sitios, a mí me pasaba el pulgar en suaves círculos sobre el agarre que sostenía en mi cadera.

Aunque hubiera querido mirar al resto, no pude. Él me devolvía la mirada con una promesa futura de lo que esperaba de mí.

Estaba maravillada en ese equilibrio que estaba manteniendo entre mantener a todos aterrorizados con sus amenazas veladas y la veneración que me mostraba. Había una palabra que me venía a la mente cuando pensaba en Alexei.

Sumisión. 

—Caballeros —dijo con su voz reverberando por todo mi ser. —Nuestro momento ha llegado. Cortaremos el suministro de armas y empezaremos a autoabastecernos. El poder regresará a nuestras manos y los gobiernos del mundo tendrán que temernos como antes lo habían hecho. Ahora...votaremos.

Todos en aquella sala enmudecieron. Aquello parecía algo demasiado serio como para seguir absorta en este hombre, aunque él parecía controlar a la perfección su atención dividida entre yo y ellos.

—¿Quienes están a favor de que yo, Alexei Borotoj, de la alta y prestigiosa Bratva, dirija a todos nuestros hermanos y hermanas del mundo de la Mafia bajo la unidad de una única mano?

No se hicieron esperar las personas que comenzaron a levantar sus manos.

—Ah mis amigos de La Costa nostra de Italia, gracias. Hermanos Ratknis de Bulgaria, gracias. Hermanos de la Yakuza, gracias. —Y así, uno por uno, Alexei fue agradeciéndoles su voto. Pero me fijé que ahí había dos sillas vacías. Y supe en ese instante a quién pertenecían esos asientos vacíos.

—Alexei, con todos mis respetos —dijo uno de los hombres que aún no habían alzado la mano. Alexei le hizo una señal con la cabeza para que continuara hablando. —hay...fuerzas que han mantenido el orden y la estabilidad entre nosotros durante años, hermanos que no se encuentran presentes ¿qué pasa con ellos? ¿Este nuevo orden que propones, va a ser siempre así? ¿Cuando alguien no esté de acuerdo va a desaparecer?

Me puse tensa al darme cuenta sobre lo que hablaba.

Alexei enmudeció. Pasaron unos segundos incómodos en los que todos los presentes se revolvieron en sus silla antes la insensatez de aquel hombre que había hablado de esa forma. Alexei al fin cambió su expresión, muy lentamente esbozó una sonrisa, si alguien me hubiera preguntado que ví en ese momento, diría que a la muerte sonriéndo a un nuevo adepto a sus filas.

—Mi querido primo Ilnchenco, sé muy bien de tu amistad con los hermanos Mencía. Si te preocupas por su bienestar, deberías saber que el menor se encuentra... mmm, ¿Cómo lo diría? —dijo ampliando su sonrisa. —Bien cuidado. Sí eso es.

Eso consiguió despertarme de mi ensoñación, tenía que salir de aquí, tenía que lograr llegar hasta Leo. 

—Primo, hacerte con uno de ellos es lo contrario a mantener a nuestros hermanos unidos. Ellos han hecho mucho por todos nosotros en otros tiempos. Entraríamos en guerra y pondríamos en nuestra contra a una de las organizaciones más poderosas...

Ilchenco no pudo terminar. Alexei sacó un arma de debajo de la mesa y la apuntó directamente a su cabeza. El disparo fue limpio, atravesó su cráneo dejando un agujero humeante a la vista de todos. El cuerpo no tardó en desplomarse en la silla. El ruido ensordecedor me sobresaltó haciendo que diera un pequeño salto sobre mi sitio. Me encogí ante lo que acababa de presenciar.

Cuando me encuentres (II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora