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POV LINA

No veía el momento de llegar al apartamento del que nos había hablado Morgan. Nunca he sido de las que les gusta el frío. Para mí, estar a veinte grados ya era como estar en Siberia. Pero no podía negar que una pequeña llama de ilusión empezó a brincar en mi pecho cuando comencé a sentirme como en mi película de dibujos: Anastasia.

El teniente se había hecho con un Jeep negro que parecía un tanque, varias bolsas de papel llenas de comida y enseres que podríamos necesitar para los siguientes días. Me moría por comer algo caliente que apartara esta sensación de frío crónico que empezaba a tener.

No presté demasiada atención al camino cuando nos detuvimos enfrente de un edificio que parecía estar abandonado, pero cuando atravesamos las puertas de la entrada casi se me desencaja la mandíbula de lo fuerte que abría la boca en una 'o'.

—Es impresionante —le dije a nadie en particular.

Lámparas de araña colgando del techo con cristales que reflejaban una luz cálida por toda la casa. Muebles de madera que parecen reliquias de hace siglos y una decoración barroca que nada tenía que ver con la estética moderna de los apartamentos en los que había estado antes.

—Son bases que tenemos por todo el mundo. La de Moscú es mi favorita —contesta Morgan.

—Esto no es un apartamento. Es una mansión. ¿Os prestan las bases a todos los soldados?

—Yo no soy un soldado —ladra Morgan. —Recuerda —dice apuntándome con un dedo. —Teniente, no soldado.

—Si mi Teniente —le contesto con una burla alzando mi mano en un saludo militar.

Él se gira para observarme en la entrada con una mirada indescifrable.

—Me gusta como suena.

Nos siguen Coco y Chester que tienen la misma reacción que yo al entrar. Aunque Chester debería estar más acostumbrado a este tipo de cosas.

Morgan nos dirige hacia el gran salón con sofás de terciopelo esmeralda y una gran chimenea que ocupa la pared central. Empieza a repartir los enseres que ha comprado cuando me fijo en una caja que dirige hacia mí.

—¿Tinte de pelo?

—Tienes que pasar desapercibida. Eres la única a la que no deben reconocer.

—Usaré una peluca.

—Es más seguro el tinte. La peluca cualquiera te la puede arrancar.

Maldita sea...nunca me había teñido el pelo y era una de las cosas de las que más orgullosa estaba. Había conseguido pasar todos estos años superando los altibajos emocionales que me llevaban a querer teñírmelo de azul, o cometer atrocidades como las navidades pasadas que estuve tentada de hacerme un corte a lo pixie. Dejaré a parte el tema de los flequillos...

—¿Tenía que ser rojo?

—Cuando lo vi pensé que te quedaría bien, y no creo que el rubio sea tu color.

No iba a seguir manteniendo esta conversación con él. Sabía que no tenía otra alternativa, así que me dispuse a buscar un baño en el que empezar con la tarea de cambiarme el color del pelo, arrastrando a Coco conmigo para que me ayude. En realidad necesitaba más su apoyo moral que sus manos en la tarea.

—Venga, no será para tanto Lina.

—No me digas que no será para tanto. Voy a parecer la puta sirenita, y sabes lo poco que me gusta esa pelicula. ¿Por qué alguien dejaría un paraíso acuático por un castillo?

Cuando me encuentres (II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora