9

33 3 28
                                    

Leo me ha dejado en la pista de baile rodeada de personas que empiezan a observarme con demasiada curiosidad. Me recorre una sensación de alivio al ver que ninguno de los dos ha hecho lo que me temía: que me llevaran consigo.

Muevo mis pies, encaminándome al piso superior. Necesito un respiro para pensar a solas. Habíamos estudiado antes de venir a este lugar y sé que los baños están en la segunda planta, sólo rezo para que no haya nadie para poder meditar lo que acaba de suceder durante unos minutos, sin que haya ninguna otra sorpresa.

Es mi culpa. No debería haber hablado con ellos. No debería haber hecho que pusieran su atención tan pronto sobre mí. El calor que empecé a sentir al estar con Mario se avivó tras el posterior encuentro con Leo. Por si fuera poco, mi cuerpo me traicionó provocándome todo tipo de reacciones físicas que siento a cada paso que doy. El calor en mis mejillas, el peso de mis pechos, el roce del vestido en cada parte que ellos tocaron...

¡Dios...! Necesito llegar pronto a un espacio donde estar a solas y aliviar la sensación de ahogo y el ardor que hay entre mis piernas. Los odio. Odio lo que me hacen sentir, odio saber que debería oponerme todo lo que me provocan. Y no poder hacerlo es una señal la señal de debilidad que me va a hacer cargar con las consecuencias si no pongo fin a esto.

Tan sólo necesito un momento para recordar quienes son. El dolor que me causaron y la razón por la que hoy estamos aquí: para equilibrar la balanza, haciendo justicia y llevándoles ante la organización de Mery. Hice una promesa y tengo que cumplirla.

Cada escalón que subo, me roba el aliento, hasta que llego a un largo pasillo recubierto de alfombras. Me quito los tacones para poder caminar más deprisa adentrándome donde las estancias se reparten a ambos lados del pasillo. Solo quedan dos puertas más para llegar a los baños.

De repente una puerta se abre y alguien me coge para meterme en la oscuridad de la habitación, donde los sonidos y la música de la fiesta queda atenuada. suelto un grito reaccionando a tiempo y sacando el cuchillo que llevo atado a mi muslo, pero la persona que me ha acorralado contra la puerta sabía que iba a reaccionar así y sujeta mis manos en alto haciendo que el puñal se me caiga al suelo.

—Debería atarte y meterte en el primer avión de vuelta a la base —dice con la voz llena de furia. —¿Qué ha pasado con el plan, Lina?

—Yo... lo siento.

—¿Lo sientes?, ¿eso es todo lo que tienes que decir? ¿Qué hacías hablando con ellos?, ¿Qué te dijeron?

—No sé lo que me pasó ¿vale?. Todo se volvió demasiado confuso cuando los tuve delante.

—¡No te habían reconocido Lina! Podías haber llevado a Mario Mencía por la pista hasta mí. Podríamos haberlo acorralado llevánolo con nosotros. Era el cebo perfecto para hacer caer a su hermano.

—Lo sé.

—¿Qué ocurrió?.

Tengo al teniente encima de mí. Nuestras respiraciones aceleradas mezclándose por la cercanía y sus manos aprisionando las mías provocando una fuerte presión que me recuerda a la que sentí hace unos pocos minutos antes sobre mi cuerpo, en la pista de baile.

El ardiente calor se intensifica y el teniente no parece darse cuenta de lo que me está ocurriendo. Intento que mis palabras salgan firmes, evitando que el temblor de mi cuerpo por la tensión que llevo soportando todo este tiempo no se refleje en mi voz.

—No podía creer que estuviera vivo. Yo...las palabras me salieron solas. Después Leo apareció y todo empeoró. Necesitaba hacerles ver que no me iban a hacer sentir miedo. Que su traición me hizo fuerte. Que voy a luchar por todo aquello que me ocultaron.

Cuando me encuentres (II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora