20: Tormenta

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Oscuridad

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Oscuridad. Los truenos azotaban fuertemente contra el techo, causando el tambaleo de las ventanas.

Kazutora se escondía bajo la mesa como cuando tenía siete años, asustado, pero ahora sin gritos ni golpes, solo fantasmas de su pasado. Las ásperas manos de su padre hechas puños, el terror y llanto en la voz de su madre. Todo estaba tan presente.

Golpeaba suavemente su cabeza con las palmas de sus manos, intentando recobrar la compostura.

Siempre odió la oscuridad, nunca pudo dormir sin su luz de noche cuando era pequeño. Siendo un adulto, no descansaba a menos que la puerta se encontrara entreabierta, dejando entrar la tenue iluminación del pasillo.

Le gustaba fingir, hacer creer a sus parejas que era un adulto, que ya no sentía el mismo temor, que no soñaba con el teléfono entre sus pequeñas manos, dispuesto a llamar a la policía si las riñas empeoraban en casa. Hanemiya siempre fue bueno mintiendo, si no evadía con éxito lo que no quisiera reconocer, porque nadie sabe del infierno que pasó, el recoger pedazos de respeto de sí mismo. Porque ninguna otra persona comprende lo que es sentirse abandonado, tanto que le cuesta reconstruirse entre su soberbia. Sí, Chifuyu y Keisuke podían abrazarlo, creando el efecto placebo de unir cada pieza, pero al final, ni siquiera el mismo sabía qué quedaba entero de lo que fue.

¿Quién es Kazutora Hanemiya?; ¿Qué le motiva a seguir vivo?

Un beta, sin rumbo y sin destino.

Era más grande la tormenta que rugía dentro de sí mismo, que la lluvia que ve caer fuera de la ventana, aún con truenos y relámpagos. Él era tempestad, nunca calma.

Keisuke regresó, notando todas las luces apagadas y corrió llamando una y otra vez el nombre del ojimiel, hasta escuchar sus hipidos bajo la mesa de la cocina.

Baji sabía que habría preguntas, que Kazutora nunca respondería, pero lo amaba. Podía morir, dar su vida por él, todo por escuchar su risa una y otra vez. Siempre se sentiría complacido, mientras ellos fueran felices. Porque las acciones del beta y su falsa altanería, ocultaban una parte de él que aún no podía dejar ir.

El pelinegro se metió debajo del mueble, acunando el rostro mojado de su pareja. Besó cada mejilla, causando que el de mechas cerrara con fuerza sus ojos, lo que le facilitó trazar un camino de tenues besos sobre cada parpado.

Kazutora se aferraba a su camisa, inhalando y deseando poder percibir el aroma calmante de su alfa, pero era imposible.

–Estoy aquí. Siempre estaré aquí –para Baji no era difícil descifrar en los ojos del contrario la desolación –. Créeme por favor.

–No puedo, no puedo –negaba el beta una y otra vez –. No creo en mí mismo, no puedo.

–Sí puedes. Estamos respetando tu espacio. Debes sanar lo que tengas que sanar –Keisuke acariciaba sus mejillas, con sumo cuidado y ternura –. Toma tu tiempo. Toma todo el tiempo que quieras, pero necesitas soltar para ser feliz, bonito.

Un alfa para Takemichi |MITAKE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora