30: Sin escape, es amor

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No recordaba la última vez que admiró mariposas revolotear, sobre un pequeño rosal en la entrada de su nuevo hogar

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No recordaba la última vez que admiró mariposas revolotear, sobre un pequeño rosal en la entrada de su nuevo hogar. El lugar era tan tranquilo, tan alejado del ajetreo en la ciudad. Takemichi comenzaba a acostumbrarse, como si con el nacimiento de su hija renaciera una parte suya, irónicamente que no le daba constantes motivos para huir, porque se refería a que no tenía presión sobre sus hombros. Estaba siendo feliz a su modo. La presencia de Manjiro dejaba de darle miedo.

Mikey iluminaba en cada paso que daba y el omega estaba seguro de que no se daba cuenta. Con esa sonrisa tan endemoniadamente encantadora, le creería que la luna es de queso, sí así se lo asegurase. Ahora lo entendía, la razón del porqué tenía hombres siguiéndolo y respetándolo. Manjiro si fuera un color sería dorado, como el tono en que se tornan sus rizos bajo el sol.

A veces durante la semana, la pareja tomaba el té, disfrutando de la tímida compañía que hasta ahora se podían ofrecer. El alfa solía empujar a un Takemichi en silla de ruedas, para que el omega no se sobre esforzara, así fue por las últimas semanas. Ahora el ojiazul podía dar pequeños pasos, visitando la oficina de Manjiro cuando se sentía aburrido y esto nunca molestó al de ojos oscuros. Sus miradas brillaban, denotaban esperanza en un futuro juntos.

Todas las mañanas caminaban despacio tomados de las manos, antes de ir a desayunar, disfrutando del tenue frío en el corto tramo de jardín. Takemichi era tan testarudo, haciendo un hábito esa pequeña caminata cada día.

Recuperaron la costumbre de dormir juntos, casi cada noche y Takemichi adoraba el olor a tierra mojada que desprendía el alfa. No había época favorita, que cuando llovía afuera, pero tenía la tranquilidad al lado de su cama, siendo protegido entre sus brazos. Mikey era como una llovizna tranquila antes del arcoíris. Cómo encontrar un milagro después de tantas peticiones.

Muchas nuevas cosas aparecieron, al igual que el miedo de que el rubio volviera a sus asuntos, como reventar esa burbuja en donde por ahora Hanagaki podría tener una familia tranquila, un sitio donde yacer. Este amor no era bueno, tampoco era malo. Había secretos que entre más se lo pensaba, temía conocer. Pero sí había una verdad absoluta, era que empezar a amar a Manjiro, a su forma, lo hacía sentir libre. Quería reírse de sí mismo al creer en tales comparaciones, luego de las circunstancias que los atan a los dos.

–Querida Sayumi, ¿papá esta siendo un tonto? –susurró a la bebita que lo miraba con esos enormes ojos lilas, besando las rechonchas mejillas que tanto le fascinaban. Cada vez estaba más gordita y le sorprendía como crecía, dejando atrás algunos de sus pantaloncitos. Así le gustaba, viéndola crecer cada día. Este era uno de sus días en que podía tener tiempo a solas con su hija, disfrutándola y acaparándola hasta que Sanzu regresara de sus tareas.

Takemichi cargó a la pequeña inquieta, dando por terminado su visita al rosal. Algunas trabajadoras lo regresaban a su habitación, preocupándose aún por su recuperación, pero para el omega ya era una exageración. Sanzu le dijo que dejara de molestar a su rey, pero a Hanagaki comenzó a despreocuparse luego de cada día su alfa se alegrara por irlo a buscar. Así que dio golpes suaves sobre la puerta de madera. Mikey abrió y le pasó a la cachorra a sus brazos, bueno solo si se trata de él nunca le molestaría compartir.

Un alfa para Takemichi |MITAKE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora